sábado, 4 de abril de 2020

#12





Un papel ha caído de la agenda de una señora que caminaba apurada luciendo tacos altos. El papel lo ha levantado un niño que peleaba con su hermana por un mismo chupetín.

La golosina la compró la madre en un kiosco de la esquina donde el portero juega a la quiniela.

Ha salido el 56, número favorito de la moza del bar.

Las medialunas con café con leche es el desayuno inamovible del señor de boina.

Un grupo de adolescentes pasan a comprar una docena y las comen sobre la acera.

Hay un mendigo conocido que recibe una gratis y la deleita sin ahogo.

Sonríe una joven que nota el gesto mientras habla por teléfono y tropieza.

Un joven la ayuda a no caer, toma su mano y se miran por única vez.

Un caniche torea la escena al ser paseado por dos ancianas del barrio.

Saludan con simpatía a la empleada de la farmacia que ha salido a colgar un cartel.

El primero en notar la promoción del día fue un matrimonio que pasea un bebé.

Su llanto desconsolado atrae cierto nervio de un joven que espera el colectivo.

Al girar ve en el banco del frente a dos adolescentes que se besan por segunda vez.

Pasa detrás un joven que sonríe al mirar el celular.

No nota que cae sobre su pelo una pequeña flor del jacarandá.

Debajo del árbol una mujer está leyendo las obras de Oscar Wilde.

Un libro ha sido olvidado en la mesa del café italiano.

Un expreso bien cargado bebe el médico antes de volver a la guardia del hospital.

Cede el diario a otra clienta, deja diez pesos de propina y se va.

En la página principal hay una mancha de té de verde.

La dueña de la peluquería lo ha bebido una hora antes.

Madre e hija entran a hacerse color y un niño se niega a rapar.

Lo convence otro niño al que se le cae una gorra de Superman.

A unos metros un joven compra Comics sin dudar.

El diarero le ceba un mate al taxista que ha parado a descansar.

Antes han bajado tres amigas que se pelearon al pagar.

La discusión fue entendida hasta por dos extranjeros que caminaban a la par.

En inglés quisieron comprar una guía de la ciudad.

Los ayudó a traducir una muchacha que iba a trabajar.

Salía del trabajo un guardia que se había peleado con el del quinto A.

Un arquitecto recién mudado que organizaba fiestas para hacer enojar.

Se quejó una pareja que estaciona el auto frente al bar.

Un estudiante de ingeniería andando en bicicleta lo ha rayado.

El testigo fue un barrendero que le gritó al pasar.

Le contó al policía que estaba de guardia en la otra esquina.

No hizo mucho caso porque se distrajo con una pelea entre motociclistas.

Tocaba bocina una mujer que llegaba tarde a la oficina.

El muchacho de saco y corbata se enamoró al escucharla gritar.

Un charco de auto embarró sus zapatos recién lustrados.

El lustrador repetía su labor y se enfurecía con un billete falso que le habían entregado.

El billete no había sido captado por la cajera de la librería.

El último libro vendido había sido de un tal Alighieri.

Lo llevaba un profesor de letras envuelto como regalo.

Una mujer fue sorprendida con un ramo en la cola del banco.

Un vagabundo esperaba ansioso cobrar una herencia.

Ansiosa cruzaba la calle una joven con su violín.

Un artista callejero cantaba Creep en la Avenida Colón.

Yo sólo lo escuchaba.



¿Acaso no has visto todo esto desde tu ventana mientras desayunabas?

#11



Todos nosotros hemos sido un poco de ahí. 

El horizonte de un campo victorioso, caballos de domingos paseando hacia la gloria, yerras y carneadas, un vino en damajuana, una rifa, una mesa servida y un temprano adiós. Veredas de yerbas y amaneceres inundados de olor a pan. 

Claras noches para buscar la Cruz del Sur, dormidos teros y gorriones pausando los cantos y cortes de luz cuando un nuevo día pedía permiso. Calles de tierra amontonando huellas, huellas de abuelas, de bochas que han rodado y hoyos que ha hecho algún amigo. Letras de un Cortés cercano, sábados de ventanas abiertas, vientos del sur, Perales y un coro rogando por el canto de los niños. 

Amigos sin edad, vecinos como familia, bicicletas sin apuros y peñas con suspiro de gaucho. La luz mala como leyenda, un viejo Cepillito de trabajosas manos, árboles trepados y chozas que duraron lo que vive una tarde de verano. 

Mermeladas caseras en frascos que serían guarida de insectos inofensivos, pastelitos de Mayos fríos y escarapelas de humilde entramado. Se huele el locro cocinado en grandes discos, se huele el choripán de domingos de fútbol, se huele el eucaliptus y el mate cocido de recreos no olvidados. 

De memoria recito “volverán las oscuras golondrinas”. De memoria camino hacia las manos que enaltecen mi pelo. De memoria me enfrento a campamentos sin linternas. De memoria juego entre los rieles del tren. De memoria acompaño el viaje de aquel barco de papel. De memoria sufro el raspón en mi codo, la traición inocente y el juego perdido. De memoria empeño mis tardes a los charcos, las lomas de Vilches y la amistad. De memoria grito a un aljibe vacío. De memoria abrazo aquella tarde de parque. De memoria revivo el primer cigarro, el sifón sobre la mesa, el primer beso y las manos arrugadas que trabajan el tejido. De memoria descanso en la sombra de una parra. 

Un colectivo que no necesita llevarnos a la gloria, una pava sobre una garrafa verde oscura y un puñado de semillas de girasoles que alertan el hambre. Un asado sin previo aviso, facones, dos voces, dos guitarras, un bombo y un fogón. 

Anocheceres de Gancia con limón, un truco perdido, un chinchón ganado, un trozo de queso y un rosal marcado. Una procesión rodeando la plaza, chocolates e insomnio de infancia de niñas, manos que cubren todo tamaño de herida, camellos que existieron y un sodero de tempranas mañanas. 

Carpas de circo en terrenos baldíos, despertares sin bocinas, el grito de un vecino enojado y una bolsa de mandados que apenas cuelga de su brazo. La sombra de un árbol que sobrevive, la familia que muda sus muebles y aquellos otoños de hojas cansadas. 

Así eran las cosas cuando las ruedas de mi bicicleta vivían embarradas, los escondites eran compartidos y los secretos se guardaban. Así eran las cosas cuando el teléfono no nos acompañaba, las enciclopedias olían a biblioteca, Cipriano sembraba tomates y el patio vestía un gran pino. Así eran las cosas cuando temíamos al hombre de la bolsa, la lluvia cosechaba buñuelos y las galletas se compraban a granel. 

Todos nosotros hemos sido un poco de ahí. Tenemos la sangre de la estación vacía, la respiración de caminatas cortas y la voz de adioses repetidos.

jueves, 2 de abril de 2020

#10



Trabajo como detective privada desde que cumplí 25 años. Para muchos era el destino de alguien que ha crecido entre rumores y chismeríos, a mí me satisface más la razón de una personalidad curiosa y activa. Me contratan para varios tipos de proyectos y problemas. Los tres casos más inusuales fueron un sacerdote a quién le desaparecía el vino para cada Eucaristía, un viejo bibliotecario que dice ser el verdadero creador de internet y una hacendada abogada en busca de pruebas que confirmen su bondad. 



Sin embargo, la mayoría de las veces recibo llamadas, mensajes y cartas para encargos más comunes sobre amores ilegales, negocios fraudulentos y otras semejantes que no me divierten pero pagan alquileres. Hace una semana comencé a trabajar para un joven odontólogo que quería conocer el pasado de su futura mujer. Por supuesto, lo único que verdaderamente le interesaba eran los hombres con quiénes había tenía relaciones no oficiales. Yo no quise interrumpir en su deseo ni ocasionar una nueva duda pero le sugerí que no lo haga, no valía la pena. Insistió y aquí comparto el reporte que le he enviado: 



Benjamín, el andaluz 

Guarda de él una débil foto carnet en su libro favorito, “Cumbres Borrascosas” junto a la frase remarcada “Sea cual fuere la sustancia de la que están hechas las almas, la suya y la mía son idénticas”. Le dicen el andaluz sólo porque pronuncia acentuadamente la z, de hecho, su apellido es Capellani. Es divorciado con dos hijos varones, trabaja como inspector de tránsito y juega de 6 en el torneo local. 



Juan Pedro Baudin 

No tiene agendado su teléfono ni registro de relación. Muchacho alto y flaco, de cabello castaño y ojos oscuros. Es soltero, el sábado a las 22hs. tuvo una cita con una joven de vestido azul, bebieron Malbec y luego fueron a su departamento de la calle Alvear. Ha fundado su propia empresa de logística y distribución y practica esgrima con su hermano mayor. 



Marcos P 

Así ha escrito su nombre en la agenda del celular. Su apellido es Pabb, descendiente de irlandeses e hijo único de un matrimonio disfuncional. Vive en Manchester, Inglaterra, donde ejerce como Ingeniero Civil, está recién casado con una joven belga y ha estado en Londres porque su último posteo ha sido de un Vesper tomado en Connaught Bar. 





Negrito Tejada 

Han entrado a un hotel de alojamiento hace cinco años camino a Carlos Paz. Es el cardiólogo que ha operado a su suegro el pasado 11 de Diciembre. Está casado con la Jefa de Oftalmología, tienen dos hijas adolescentes y un niño adoptado de diez. Juega al golf en Villa Allende, es adicto a los habanos y deja el auto mal estacionado. 



Paul, francés 

Está con ella en varias fotos en un viaje con amigas a una isla caribeña. Lo conoció en el hotel All Inclusive y, según mis informantes, tuvieron sexo en el mar. Cada amanecer bailaron lambada, bebieron descontroladamente y fueron echados de la disco por exceso de miradas. 



Sin riesgo aparente, con pasado abundante y heterogéneo, le deseo un matrimonio aventurero y feliz. Para más información u otros proyectos de investigación, comuníquese sin dudar. 



Y aquí comparto la respuesta enviada por mi cliente: 



Agradezco mucho su profesionalismo y transparencia. Su trabajo ha sido impecable, sólo buscaba confirmar la razón por la que mi novia ha llegado el domingo a la madrugada con una mancha colorada que no he sabido identificar.

miércoles, 1 de abril de 2020

#9



El diario del 15 de Noviembre me describió como “El Tartuffe cordobés, el impostor” (haciendo alusión a la obra de Moliere), un título que precederá mi nombre por el resto de mi vida. La primera plana mostraba mi rostro en una foto que me tomó desprevenido y el periódico más leído de América Latina convertía mi historia en desgraciada fama y la elevaba a la vulgaridad. 

Acusado con pruebas débiles, desprovisto de defensa y con cierta fragilidad de ánimo, me han encerrado. Me encontraron volviendo del teatro el viernes por la noche en una primavera simpática, solitaria y amena. Estaban esperando fuera de casa, rodearon la manzana completa alertando una posible huida y hasta apuntaron un arma para pedir mi inmovilidad. Inentendible la circunstancia, la razón y el propósito. Un oficial me comentó los cargos y los derechos que tenía, sólo entendí que algo estaba terminado. 

Me llevaron a la comisaría número 6, me interrogaron con paciencia y me ofrecieron un vaso de agua que sabía a desesperación. Llamé a mi abogada, atendió aterrada, me explicó con detalles por qué mi caso sería en vano de defender, se pronunció abatida con anticipación, pidió disculpas y colgó entre un par de lágrimas. 

Al día siguiente me llevaron a la cárcel Bouwer. El día era gris porque no podía ser de otro modo, la música no me agradaba y afuera olía a un “sin retorno” doloroso. Dos policías, de buen modo y con picardía necesaria, me acompañaron a la celda. No podían creer mi insistencia al cometer el acto, ni entendían la capacidad de entregar mi libertad y dejarla en manos de la inmoralidad. Comenzaba una cadena perpetua que me ataría más que nunca a mí mismo. 

Mis compañeros de celda eran tres muchachos: uno nacido en Corrientes, joven viajante que vendía remedios para animales sin saber la procedencia; el más grandote era un estanciero que vendía campos esquivando escribanos; el más callado era un vigilante de un famoso country de zona sur que dejaba entrar a su yerno de vez en cuando para saquear el mini mercado. 

Me diferenciaba de ellos algo importante: la pena. Los tres saldrían en unos meses o par de años. No era mi caso. La idea de una barba desprolija y un aseo descuidado me hundían en lamento y desesperación. 

Pasé mis primeros meses leyendo y enseñando a leer. Formé grupos de lecturas, produjimos Scrabbles para regalar a colegios de la zona, creamos Carreras de Mente con preguntas de sentido común y armamos un coro de cuartetos con letras originales. 

Sin dudas, el campeonato de anécdotas se llevó las mejores horas de mi condena. El flamante ganador, un hombre que había orquestado su falsa muerte para recibir un seguro de vida, contó para todos los prisioneros quiénes habían llorado en su propio entierro. Un aplauso rotundo lo catapultó al éxito y hasta una radio lo entrevistó. 

Yo no recibía visitas. Mi familia se había dado por vencida conmigo desde hacía mucho tiempo. Mi ex novia ya tenía un nuevo ex marido y mis amigos sentían vergüenza por mi descuido. Sólo fui atendido una vez por mi tío Mario, con quien hablé sobre Talleres, la infancia en Cruz del Eje y aquellos bailes de cuarteto en los que se enamoró de la tía Elisa. Claro, el tío Mario tenía la memoria invadida por el Alzheimer. 

Extraño. Extraño el té con limón de las noches desveladas, el espejo sin rajaduras y la baldosa con la que tropiezo cada mañana. Extraño porque no olvido. Extraño parecer inocente. Culpable, no soy. Me han condenado por impostor, no entienden que sólo he escrito un poema sin conocer el amor.

martes, 31 de marzo de 2020

#8




Nota encontrada en el bolsillo del saco gris oscuro 

Te vi entrar a su casa. Espero que leas esto camino a la oficina y puedas pensar la excusa durante el almuerzo. Deseo que te esmeres, Paula. 



Nota encontrada debajo de la puerta 

Me vio entrar anoche. Debe haber sido un momento de distracción y la luna llena no me acompañó en suerte. No voy a mentir más, te amo, Fernando. 



Nota encontrada en el sillón 

Habrás pasado a verla antes de venir. Pon la ropa a lavar, báñate para no desparramar su perfume y no comas la cena que nos envió mi mamá. ¿Cómo pudiste? Paula. 



Nota encontrada en el imán de la heladera 

Debes estar en el gimnasio, decidí acostarme temprano. Sólo he comido unas empanadas. Te he engañado, Fernando. 



Nota encontrada debajo del felpudo 

Golpeé la puerta, toqué el timbre, grité con fuerza y nadie atendió. Vuelvo al mediodía a cobrar el alquiler. No me esquiven, Juan Manuel. 



Nota encontrada al lado de la pava 

Esta noche dormirás en el sillón. Ni siquiera has inventado una excusa, no hay negación. Quizá es momento de un adiós. ¡Qué difícil! Paula 



Nota encontrada en hotel de alojamiento 

Pensé que venías como cada martes. Me quedé dormida y me cobraron de más. Te extraño incómodamente, Lucía. 



Nota encontrada en la almohada 

Vine por una muda de ropa. Esta noche duermo con ella. No te cruces, no me busques, no te enfades. El amor nos puede cambiar. Nada es fácil, Fernando. 



Nota pegada sobre ventana de dormitorio 

No es mi intención arruinar su velada ni espiar sus pasiones. Sepan que mi paciencia no es desmesurada. Me han arruinado, Paula. 



Nota en bandeja de desayuno 

No debe haber sido una noche fácil para ti. Aquí te enviamos un desayuno completo para que comiences el día con energía y ánimo de perdón. Nos amamos, Paula y Fernando. 



Nota en limpiaparabrisas de auto 

No hay regalo que te cure de indignidad. Soy puro llanto y desolación. Te desconozco, Paula. 



Nota en limpiaparabrisas de otro auto 

Hace cinco minutos que me he ido y ya te deseo. Fernando. 



Nota en bolsillo de pantalón 

La noche ha sido maravillosa pero no podemos vivir entre locuras. Algo debe cambiar. Te has olvidado el reloj, Lucía. 



Nota debajo del felpudo 

Hace 3 días que vengo a cobrar el alquiler y no me atienden. Los demandaré, Juan Manuel. 



Nota sobre escritorio de oficina 

Lo llamó su mujer, sonaba más nerviosa de lo normal. Salí a comprar facturas, Belén. 



Nota sobre escritorio de Belén 

Estaré fuera toda la mañana. Por favor, cancele toda mi agenda. Fernando. 



Nota en la mesada de la cocina 

Sabía que vendrías por tus cosas. Estoy tranquila en la casa de la playa. Me adelanté y te las preparé. Olvídame, Paula. 



Nota en lámpara de zaguán 

Debo encontrarla y asegurarme su perdón. Te beso, Fernando 



Nota en escaleras de la casa de playa 

Sabía que no podías vivir con culpa. Estás perdonado. Puedes volver, déjame en paz, Paula. 



Nota en escaleras de la casa de playa 

Lamento que nuestro matrimonio termine así. Gracias por tu perdón, no he sido feliz. Adiós, Fernando. 



Nota sobre mesa de luz 

Gira despacio. Por fin te he encontrado, Juan Manuel. 



Nota nunca leída 

He oído un disparo en tu casa. Y mi timbre está sonando. Adiós, Lucía. 


#7



No sé qué emociones acumulan ustedes o cuáles son los detalles que el encierro les prohíbe disfrutar. Algunos deben extrañar el olor de la panadería antes del amanecer, otros querrán ser embestidos por un viento sobre el rostro que los libera al correr o muchos extrañarán el café exquisito de un lindo bar. 

Yo tengo algunos lugares que extraño de verdad, esos lugares que no necesitan estar lejos para hacernos viajar o aquellos en los que perdemos la noción del ahora, del mundo, de la realidad. 

Me gusta ir allí porque nunca siento la obligación de comprar. En la calle Crisol, a pocas cuadras de mi casa, existe un pequeño local dedicado completamente al Universo, sus secretos, leyendas y ciencias. Estoy segura que mi sobrino lo amará. 

El local es atendido por un matrimonio de acento similar a algún bello origen norteño, pero no distingo qué provincia o qué ciudad. Hace más de 35 años que están juntos, viven en la planta alta del local, no tienen hijos y les gusta viajar. 

Al entrar a su tienda encuentras un gigante Sistema Solar de imanes que puedes manipular. Hasta logras que la Tierra roce el Sol sin necesidad de quemar. También puedes jugar con un pequeño pool de bochas temáticas o embocando la pelota a un aro que imita las distintas fuerzas de gravedad. Del techo cuelgan pelotas y piñatas de cada Planeta y algunos globos que tienes permitido pinchar. 

Hay una sección de oficina con artículos para adultos como péndulos para escritorio, lámparas modernas, pelotas anti stress, almanaques y agendas con temáticas de Marte, Mercurio y Plutón. Inmediatamente a su derecha hay una colección de antiguos posters de películas exitosas como Star Trek, Una odisea del espacio y El planeta desconocido. 

Dentro de una bola espejada se encuentran anillos de Saturno para regalos de alta calidad y en el estante que sigue hay velas redondas, aromáticas y perdurables. Hay carpas inflables que imitan la luna, binoculares y telescopios de todo tamaño y alfombras de cada constelación. Los trajes de astronautas se cosen a medida y debes pedirlos con meses de anticipación. 

Hay una sección de librería y otra de cocina. No podría afirmar cuál es mi favorita. Recetas de buñuelos, tartas y muffins. Decoración de pastelería y cumpleaños temáticos sobre Apollo 11, E.T. y todo el universo Marvel. Hay una biblioteca completa de enciclopedias espaciales y primeras ediciones de Crónicas marcianas escrito por Ray Bradbury. 

Voy todos los jueves por la mañana y siempre vuelvo con un nuevo juego. Cartas de Las Guerra de las Galaxias, Monopoly de los Halcones Galácticos y hasta un Quiero ser Millonario dedicado al Universo y sus curiosidades. 

En un viejo televisor se muestra en loop la transmisión en directo de la llegada del hombre a la Luna y sólo se apaga a las 10.20 de la mañana para oír la emisión de La Guerra de los Mundos en voz de Orson Welles. 

Debajo de las escaleras que llevan a la planta alta, en un rincón oscuro y algo oculto, hay una pequeña puerta a la que no he entrado jamás. Cuando este encierro termine volveré a aquella tienda e iré directamente a abrir esa pequeña puerta. Mi vecino del 8A lo ha intentado el pasado 10 de Marzo y anoche, al salir al balcón, lo he visto volar. 

#6



Nací en Ginebra, heredé una tienda de relojes antiguos que había sido fundada por mis padres. El local está frente al río Ródano y en la puerta cuelga un letrero sin horarios de atención. 

Experta en seguridad informática, trabajo en el Pentágono desde los 22 años y aún no he cumplido 45. Tomo café amargo con una cucharada de coñac, vivo en una pequeña casa en el Barrio Dupont Circle y anoche un desconocido me ha visto bañar. 

Me conocen en la Universidad de St. Andrews como la hija no reconocida de un magnate danés. Tengo un novio italiano que apenas se comunica en inglés, mis amigas me han hablado de un admirador de pasado neozelandés y los días impares gozo íntimamente con un amante francés. He elegido estudiar Literatura Comparada pues me he enamorado de un joven poeta inglés. 

Hace 8 meses que estoy en alta mar, soy Oficial de Marina Mercante. Por las noches me transformo en una experta jugadora de Blackjack, bebo whisky sin hielo y apuesto diferentes cosas como cigarrillos, el desayuno o mi dignidad. Ayer, por ejemplo, perdí un secreto y hoy lo volví a ganar. 

La librería Les Mots à la Bouche en el barrio Le Marais me contrató el pasado Diciembre. He estado buscando trabajo desde que me despidieron de un viejo bar del este de París siendo acusada de beber. Soy la responsable de fregar con un paño delicado todos los ejemplares, todos los días, todas las semanas. Me han despedido esta mañana por fingir leer. 

Me mudé a Las Vegas cuando mi marido decidió especializarse en antropología social y etnología. Como organizadora de eventos en el Caesars Palace Hotel & Casino me enfrento a desafíos de paciencia humana nunca antes sufridos. El sábado pasado, por ejemplo, el gerente de famosa firma de cosméticos decidió celebrar sus 50 años sin espejos, ni luces, ni verdad. 

De mi vientre han nacido 3 niños: Joaquín a las 15.45, Luca a las 15.58 e Ignacio a las 16.12. Mi suegra me ha dicho que como soy Maestra Pastelera de reconocimiento internacional me será fácil criarlos a través de la estética, el orden, la destreza manual y la creatividad. Diferente ha sido el mensaje de mi madre que me ha enviado de regalo una niñera profesional. 

Soy la única testigo de un asesinato ocurrido en una mansión frente al Mar de Coral en Queensland, Australia. He visto cómo un hombre de mediana estatura, cabello corto y oscuro, de ojos verdes azulados y tez clara, ha matado con un filoso puñal. Esto ocurrió en la madrugada luego de una fiesta en la playa donde concurrieron más de 100 personas. Especulo que el sospechoso ha entrado por una puerta ventana con vista al mar y premeditado el hecho desde hace un tiempo. He intentado dar detalles de lo ocurrido pero una vez que el Jefe Policial arribó a la mansión, yo ya había dejado de respirar. 

Nací en Coronel Hilario Lagos, La Pampa. He creado amigos imaginarios desde pequeña, en mi niñez eran tres. Ninguno de ellos se ha comunicado últimamente. Hay días en que los pienso arrugados y abatidos. Otras veces los veo sobre montañas rusas y vueltas al mundo. Sin embargo, la mayoría de las veces los olvido y empiezo a escribir sobre personas que no conozco ni seré.

viernes, 27 de marzo de 2020

#5




José Martín “Tristón” Almada. (Pronunciación: José Martín “Tristón” Almada) (Argentina, 30 de Junio de 1947 – Córdoba Capital, Córdoba, Argentina, 26 de Abril de 1993). Fue un payaso desconocido de la ciudad de Córdoba. 


Primeros años 

José Martín nació en una pequeña carpa detrás de la carpa mayor del Circo Almada. Hijo de Patricia Cervello, trapecista de oficio, y Juan Almada, el ventrílocuo más famoso de la época. Aprendió a caminar rodeado de equilibristas y sus primeras palabras las pudo pronunciar gracias a los consejos de un viejo mimo. A los 5 años ya había recorrido todas las provincias argentinas, dormido en más de 300 pueblos y 80 ciudades y había comido más de 960 manzanas caramelizadas. 

Niñez 

Su amigo más cercano era apodado “Hudi” en honor al gran Harry Houdini, un niño travieso de picardía e inocencia peligrosa. Juntos iban a la escuela de turno según la agenda del circo y hacían nuevos amigos de memoria pasajera y cariño superficial. Se tenían mutuamente. Sus horas favoritas eran las mañanas de ensayo donde nadie les prestaba demasiada atención y por las noches visitaban silenciosamente al Titiritero para oírlo crear. Las funciones del circo eran a las 5 de la tarde y una función extra a las 7 si era sábado, domingo o feriado. José Martín se vestía de rojo y amarillo y, según el día, variaba su responsabilidad. A veces se encargaba de asistir al show de torsión de globos, otras veces impedía la huida del conejo del mago y la mayoría de las funciones alcanzaba los anillos, bastones y pelotas a los malabaristas. 

Los padres tenían la esperanza de que José Martín herede ciertos talentos que le aseguren un buen porvenir. Intentó saltar en cama elástica pero temía a las alturas, jamás pudo hacer un truco de magia y según su maestro mago era debido a que nunca se permitió dudar de la verdad. Por último, pasó un semestre entero junto a los contorsionistas sin poder doblar su codo izquierdo. 

Adolescencia 

Mientras Hudi ya comenzaba a participar de los primeros actos protagónicos como ilusionista, José Martín se convirtió en el reemplazo oficial del iluminado Payaso Don Jocoso, su abuelo paterno. Éste último se jubiló a los 86 años forzado por la falta de destreza. Un poco por herencia y mucho por obligación fue creando sus propios actos, chistes y malabares desafortunados. 

Adultez 

Se casó a los 25 años con la hija mayor del Domador y tuvieron mellizos que nunca parecieron hermanos. En la gira del año 1989, recorriendo el sur de la provincia de Mendoza, lograron vender 25 entradas en 178 días. Un récord absoluto de fracaso y desolación, dos palabras enemigas de cualquier circo, de todo gozo. En una convención de la familia circense se reunieron los más viejos para tomar la más difícil decisión y volver a la ciudad de Córdoba para terminar una gira incansable de 68 años. José Martín alquiló una humilde casa en Barrio José Ignacio Díaz pagando los primeros meses con el dinero de la venta de su casa rodante. Se dedicó a animar fiestas infantiles el resto de sus días y fue encargado de la calesita de Parque Sarmiento de martes a jueves por la mañana. 

Rumores 

Se desconocen las causas y razones pero algunos padres y tíos coinciden en que al terminar cada fiesta infantil él subía a su auto usado color azul, se despintaba con ayuda del espejo retrovisor y permanecía allí hasta el ocaso. 

Fallecimiento 

José Martín “Tristón” Almada fue encontrado sin vida en su auto el 26 de Abril de 1993 luego del cumpleaños número seis de una niña de Barrio Pueyrredón. Su acta de defunción precisa la causa de muerte con un simple: finalmente, ha llorado. 




#4




El aumento de los impuestos, la irresponsabilidad de un hijo y la siesta que no se puede dormir durante la semana. Las palabras con errores de ortografía, el vaso compartido y qué vestir en cada cena. La biotecnología como tendencia del futuro, la higiene personal y la desvaloración del humor popular. Cualquier combinación de preocupaciones es posible en San Pedro del Castillo. En este pueblo hay 2434 habitantes y una regla que cumplir por sobre cualquier otra: está permitido y, además, es obligatorio vivir con tres preocupaciones por ciudadano. 

Está determinantemente prohibido incumplir con esta norma que fue adoptada hacia finales de la década del 40 del Siglo XX. Hay distintas versiones no oficiales sobre la fundación de este régimen estricto. Ninguna de ellas tiene aprobación científica o testigo de noble pasado. 

Por supuesto que hay balances anuales sobre el estado de las preocupaciones ciudadanas donde se debaten públicamente alguna de ellas, sus raíces, profundidad y validez. No es lo mismo una inquietud, una duda o un temor. La preocupación debe ser duradera y determinante para la vida de la persona. Debe interferir con sus reacciones públicas y privadas, sus horas de descanso, sus decisiones económicas y personales, su estado físico y psíquico. 

Julián es el ferretero de San Pedro del Castillo, le preocupa la humedad de la mañana, la cantidad de cigarrillos que fuma su mujer y los resultados de cada partido de San Pedro Fútbol Club. Difieren de las preocupaciones de Marianela, joven que atiende el bazar más antiguo de la Provincia. Ella se centra en estos tres: los rumores sobre sus amoríos con hombres casados, los números que saldrán en la lotería del día siguiente y las cuotas del auto que no llega a pagar. A Marcos, el relojero, le preocupa no llegar a leer los diez libros mensuales que ha prometido, quedarse sin luz cuando trabaja de noche y, por supuesto, la impuntualidad. El psicólogo del pueblo es el único que puede modificar diariamente sus preocupaciones al finalizar las sesiones de diván. 

También hay ejemplos de preocupaciones que se duplican: las socias del gimnasio respiran preocupación por las calorías que consumen y los hijos del difunto Don Horacio están buscando el dinero que dijo haber dejado pero sin dar indicaciones de dónde buscar. 

El único caso en el que la preocupación puede ser sustituida es por solución efectiva de alguna de ellas. Hay múltiples casos que lo evidencian. Una muela de juicio que ya no dolió, una soltera que logró casarse sin importar el amor o el canoso que quedó pelado. Los cambios de preocupaciones se realizan en el Registro Oficial de Preocupaciones y deben ser firmados ante escribano público quién certifica que la anterior preocupación ha sido saldada. 

Hubo un caso en el año 1985 en el que un ciudadano nacido en San Pedro del Castillo se quedó sin preocupaciones y decidió fugarse en un Fiat 600 rojo, propiedad del suegro, dejando a su mujer, hijos y un ovejero alemán. Nunca más se lo ha visto por la zona y temen por el similar destino de su hijo menor ya que se lo nota con ciertos aires de indiferencia y apatía. 

También existe el tráfico de preocupaciones, común entre familiares, amantes o amigos. Me han contado que el encargado de la cancha de bochas ha cedido la preocupación sobre su propia infidelidad por la de su mujer que es más reciente y dolorosa. 

En San Pedro del Castillo las muertes deben ser causadas por alguna preocupación. Sólo existe registro de un caso como excepción ocurrido en el año 1971 cuando Carola Trinidad fue arrestada por matar al Juez de Paz sin previo aviso de alguna molestia particular.

jueves, 26 de marzo de 2020

#3


Tostada de pan francés. Tostada de pan francés en una plancha de variados usos y un cuchillo de mango opaco para raspar lo quemado. Un trozo de queso cremoso por arriba, reposando sobre la tostada con la esperanza de un derretir lento y seductor. Un postre de vainillas cubierto de chocolate, panqueques de fácil resolución o un flan de imposible repetición. 

Olía a domingo. No podía oler a lunes. El lunes es demasiado rutinario. ¿Martes? No, los martes son aburridos. Los miércoles corren con la mala fortuna de la indecisión. Los jueves tienen un poco más de gracia, quizás porque es el día en que uno se contenta de que al otro día es viernes. Y no puede saber u oler a viernes. Los viernes cumplen con el prestigio del comienzo del descanso. Los sábados huelen a veredas humedecidas porque alguien ha regado o a pasto recién cortado antes que caiga el sol. En fin, olía a domingo. Olía a domingo cada día de la semana. 

Había dejos de harina en la mesada, un cortamasa aún no oxidado reposaba victorioso y en la olla negra que anoticiaba cierto ánimo de lucha, se seducían mutuamente distintos aromas rojizos a un fuego paciente pero no resignado. Los fideos eran finos y de apariencia delicada pero de carácter y sabor penetrante. No sé cómo explicarlo. Tenían rasgos napolitanos pero con temperamento vasco. Dos fuentes. La salsa separada. Se separaba por gustos variados. Se separaba porque se hacían con la grandeza que sólo entienden los que amasan para agasajar a otro. 

La fuente era generosa. Cabían historias, leyendas y mentiras. Cabían verdades, cariños y olvidos. La fuente no despreciaba antojos, no excluía pretensiones y siempre se vestía de domingo. A veces salía del horno alardeando un gratinado que desconocía su originen francés. Otras veces humeaba salsa blanca escondiendo los detalles del abajo. La fuente no tenía nombre, ni origen y hasta desconozco su destino. Sólo recuerdo que ha existido y que algunos domingos me ha hecho sonreír. 

Una cuchara de madera o no, quizá era de metal. Me he detenido aquí para pensar. No logro recordar. Lloro. Me resisto a olvidar. Esa cuchara gira dentro de una olla gigante, he perdido la noción del tiempo. No recuerdo cuánto giraba aquella cuchara de madera o de metal. Lo que sí recuerdo es que había un secreto imposible de descifrar. Reinado absoluto de un dulce de leche que, aún sin recordar la cuchara de madera o de metal, me niego a olvidar. 

¡El pollo! Había hasta cierto lamento de verlo vencido. Dorado, como doran los pollos que se hornean despacio, sin apuro, sin reloj, sin presiones. Doradas presas que combinaban fideos caseros amasados luego de mates tibios. 

Todo, absolutamente todo sabía a domingo. No importaba si el diario decía que era lunes, si la radio anunciaba el clima del día jueves o si era un martes de comedor escolar. Siempre olía a domingo. Porque no se discriminaba el tiempo. El tiempo era sólo un espejismo, un detalle, una excusa para un horno prendido, una hornalla ardiente, una olla siempre hambrienta y una cuchara de madera o de metal. 

He vuelto incontables veces a aquella cocina. El día ha terminado. Ya ha dejado de ser domingo.

miércoles, 25 de marzo de 2020

#2



Confieso que he usado la parrilla sólo para cocinar berenjenas y cebollas porque me traen gratos recuerdos de mi ya fallecido esposo. Él las asaba cada domingo para agasajar mi llegada de la misa semanal. La vajilla guardada en el modular estaba dentro de una caja encintada y parece haber sido comprada en algún bazar de procedencia exquisita o regalada por una tía lejana con remordimiento por la lejanía. Me acostumbro a usarla sólo en momentos especiales como cada martes al mediodía en el que celebro mi aniversario en este hogar. 

Particular es mi paladar al enfrentarse con el bar generoso que acompaña el living. El escocés sabe bien con las noches de los sábados, la estufa a leña y el jazz del tocadiscos logran multitud en la aparente soledad. El Martini es mi aperitivo favorito pero sólo lo bebo si hay aceitunas y Gin de sabor intenso. La botella está a medio tomar al igual que la de Ron traído de islas caribeñas. Algunos viernes al atardecer me recuesto en la cama paraguaya del patio y disfruto de un Negroni, bruschettas de salmón, palta y limón. Sin embargo, más disfruto de la cava que se esconde debajo de la cocina. He bajado la escalera por error y he encontrado la excusa perfecta para conceder la disputa entre el Valle de Uco, Hawke’s Bay, Valle de Napa y la Toscana. De vez en cuando le presento compañía al vino con alguna pasta de ligero baño en aceite de oliva y parmesano, otras veces me preparo cerdo braseado, verduras ahumadas y salsa de ciruela. 

El lunes por la mañana finalmente abrí un regalo que había quedado sobre el sillón verde musgo. No logro entender aún si es un camisón moderno o un vestido de raso, he decidido guardarlo para no efectivizar la equivocación. Duermo cada noche en una habitación diferente. La más cómoda es la de planta baja, no sólo por su somier y almohada inteligente sino también porque ofrece un despertar silencioso. 

Ayer he decidido abrir el placard del ático. Admito haber sentido cierto temor al hacerlo pero he descubierto quince pares de zapatos coloridos, cuatro pares de botas de cuero y cinco pares de zapatillas deportivas. Diría que es un grato desperdicio para mi pereza al caminar. 

Hallé en uno de los cajones de la cocina un juego de cartas españolas a las que le falta el 10 de espadas, el cinco de oro y el dos de bastos. Distinto ha sido el destino del ajedrez de madera que decora la mesa del zaguán. Hay mañanas en las que me siento frente a él con el sólo deseo de apreciar la perfección. 

No puedo negar que aún desconozco qué secretos guardan las cajas blancas apiladas en la habitación pequeña pero sólo las he visto a través del pequeño orificio de la puerta. La llave se debe haber perdido en algún bolsillo adulto. Lo cierto es que, cada día, me tomo treinta minutos para buscarla en algún nuevo lugar. 

El teléfono ha sonado tres o cuatro veces por día y esa es la razón de la desconexión intencionada que he efectuado. Sólo me he limitado a conectarlo el pasado sábado por la madrugada porque oí un ruido extraño detrás de los arbustos. Privilegiada me he sentido al notar que un pequeño pájaro nocturno me ha venido a visitar. 

Estimada familia Montoya, lamento mucho no haberles podido escribir antes. Deben entender que no ha sido fácil resumir los 746 días que le siguieron a aquel martes de un timbre no atendido. 

martes, 24 de marzo de 2020

#1



Comencé a escribir aquel libro el 11 de Abril de 1997, el mismo día que Ana Sofía Ibarra ganara el concurso de canto organizado por la Sociedad de Fomento. Aquella tarde el oficial Centela fue condenado a diez años de prisión por permitir el juego clandestino en el garaje de Julio Verti y, además, mi memoria, algo rasguñada y dañina, insiste en que aquel día un mismo tero fue herido dos veces, a las 10.38 de la mañana y a las 16.50 de la tarde, por los hermanos Mandares. El mismo tero. Comencé el 11 de Abril de 1997 en la madrugada de otoño en la que Alicia Uriarte fue madre primeriza y su marido, Hugo Sánchez Dilti, fue padre por tercera vez. A las 13 en punto, el viejo Simón Rodríguez Labé fue enterrado en el cementerio vecinal en una tumba ya ocupada. 

Decidí mantener oculto mi libro gracias al consejo de María Elisa González, mujer enfadada por herencia, de tacos altos y mediana estatura, quién promulgaba las leyes de la curandería en su vieja casa del otro lado de las vías. 

Mi escritura, rancia de vocabulario, vacía de poesía y de poco esmero espiritual, fluía contando el suicidio de Churchill luego de ser encarcelado por la Gestapo y la posterior celebración de Hitler en la Puerta de Brandeburgo. En la página 24 se detalla la heroica escena del General San Martín impidiendo la muerte de Cabral y en el capítulo siguiente se fortalece la versión de que Beatriz Viterbo aún reside en la calle Garay. A partir del Capítulo 4 se escribe sobre registros encontrados en la Biblioteca Británica que confirman, sin dubitaciones ni temores, que en Stratford-upon-Avon jamás ha nacido un niño de apellido Shakespeare. Los primeros párrafos de las páginas siguientes intentan anoticiar que Zelda escribió A este lado del paraíso, que Alfred Hitchcock, durante el rodaje de Psicosis, decidió no matar personajes consiguiendo fracaso de taquilla y que Lee Harvey Oswald fue visto comiendo mariscos en la Bahía de Monterrey el 22 de Noviembre de 1963. 

Los misterios de La Giaconda son resueltos en las páginas 34 y 35 del libro. Allí se identifica las sagaces maniobras de Leonardo Da Vinci quién envió al fraile Luca Pacioli a pagar una modesta suma a un viejo pintor que residía en Florencia, calle Borgo degli Albizi, altura 86. Para concluir ese capítulo, con algo de asombro y fortuna, se esclarece el asesinato al Emperador Federico III de Alemania en una tarde de verano de la glamorosa ciudad de Potsdam. Los capítulos 11 y 12 recorren distintas historias sobre la cordura de Salvador Dalí, el asesinato de Sigmund Freud en manos de Carl Jung, los poemas escritos por Stephen Edwin King, el inquietante descubrimiento de la medicina moderna en manos de Virginia Woolf y los últimos días de prisión de Wolfgang Amadeus Mozart, condenado a muerte a los 15 años de edad. Las últimas 43 páginas son minuciosas descripciones de cómo los originales de Ulises fueron encontrados en el andén 16 de la Estación Central de Belfast el 16 de junio de 1904 y firmados por un desconocido. 

Este libro que he comenzado a escribir aquella madrugada otoñal es lo único que me recuerda al 11 de Abril de 1997, el día en que no llegué a cantar en el concurso organizado por la Sociedad de Fomento porque el último capítulo aún no estaba escrito.