viernes, 15 de mayo de 2015

Los sin capa

El héroe no teme la adversidad. El héroe se para al frente. El héroe impide el sufrimiento del más débil.

Creo en la necesidad inminente de héroes cotidianos. De esos adaptados que no sólo creen en la justicia y luchan por ella, también conocen las reglas del juego y las respetan. De los que se despiertan y se van a trabajar. De esos héroes. De los grandes. De la mujer que cuida niños, del panadero que se despierta a las cuatro de la mañana, del colectivero que no pasa semáforos en rojo, de los ingenieros que piensan soluciones, de los médicos que sanan felices, de las maestras que se manchan las manos con tiza, de las enfermeras que acarician al anciano, de los estudiantes que no comen por estudiar. Grandes héroes.  

Necesitamos más grandes héroes. ¿Por qué? Porque el héroe no daña.

Y hoy, esos héroes están, calladitos y limpios. Pero empañados por los otros, por los inadaptados que sí dañan.

Dañan la pasión de una hinchada. Dañan la inocencia de una niña. Dañan la alegría de un recital. Dañan el amor de una madre. Dañan la dignidad de un laburante. Dañan la verdad de la justicia. Dañan la tranquilidad de una familia. Dañan la sonrisa de un niño.

Y el daño no es político, no es partidario, no es de banderas ni colores. El daño es universal.

El inadaptado social es una vergüenza en sí mismo. Transgrede porque no le interesan las reglas. Transgrede porque no le han enseñado o no ha aprendido a reconocer al otro como par. Transgrede porque la autoridad es corrompida. Transgrede porque no conoce otra forma de lograr lo que desea. Transgrede porque alguien lo permite. Transgrede porque lo malo no se paga. Transgrede porque las fronteras de las justicias son difusas.

El inadaptado es capaz de creer en su viveza y sumar mérito por ello.

No sé ustedes. Yo estoy bastante cansada de los “vivos”. Nos afecta y envenena.  Nos lastima.

Aquí estamos, parados hinchada contra hinchada, agrediéndonos porque nos sale bien. Aquí estamos, demostrando que no podemos controlar la seguridad de un estadio. Aquí estamos, seduciendo a los titulares del mundo con noticias poco felices. Aquí estamos, permitiendo que el inadaptado sea emblema. Aquí estamos, una vez más.

A mí no me da vergüenza ser hincha de Boca. A mí no me da vergüenza ser argentina.  A mí me da pena y bronca que esto nos defina.

Porque ante todo, yo añoro aquella época en la que todos queríamos ser el héroe de cada juego.