miércoles, 1 de octubre de 2014

Tic - Tac

El tiempo es lo más parecido a lo exacto. No se modifica. No es impostor ni infiel, no engaña ni miente, es excéntrico y egoísta, es dinámico y conciso. El tiempo es dueño de todo y es propiedad de nadie. Para él no existen las pausas, no le interesan las opiniones. El tiempo es incorruptible y deliciosamente poderoso.
Los seres humanos somos capaces de sembrar árboles o crear bombas atómicas pero no de alterar  el tiempo. Podemos creer que lo engañamos, él puede frente a los que se creen omnipresentes e intentan seducirlo.
Por un instante creemos que “Medianoche en París” es posible, que viajamos para charlar con Fitzgerald o para beber una copa con Dalí. Hasta podemos sentir que Stephen King puede impedir la muerte de Kennedy en “22-11-63” y transformar la Historia Universal. Sólo por un instante.
Luego volvemos a lo que somos, a esa piel ultrajada por los años, artísticamente esculpida por la naturaleza, dueña de los recuerdos, de los dolores y placeres.  
Wells escribe en la “Máquina del tiempo”: “Usted no puede moverse de ninguna manera en el Tiempo, no puede huir del momento presente”. Huir, jamás. Sólo la imaginación, sólo el despojo de la realidad, sólo el paralelismo de lo que vivimos nos puede desviar del ahora. Y la imaginación puede aparentar ilimitada pero alguna vez toca fondo. Despertamos, despertamos de lo que no somos ni fuimos, y desayunamos con lo que tenemos y podemos.
El tiempo es, y no literalmente, sinónimo de nostalgia. Es un tango glorioso que honra aquello que no vuelve sino en forma de sabores, olores, imágenes o sonidos. Es un fruto encantador y travieso. Y la nostalgia es un poco de lo que la mente se ha olvidado de borrar.
“Todo tiempo pasado fue mejor” dictamina una frase, segura de sí misma y afirmando una cierta empatía con aquello que ya no existe. Pues, sin dramatismo, cada día que vivimos nos alejamos más de haber nacido que de morir.  
Y qué mágicamente estremecedor es notar cómo se acumulan los recuerdos y se despachan los mañanas. ¿Acaso no es el tiempo una simple acumulación de vida?
Podemos acordar y pausar todos los relojes del mundo. Jamás podremos impedir que el día se haga noche. En definitiva, el tiempo no pasa, nosotros atravesamos el tiempo.
Y él, despreocupado, nos mira de reojo, porque aún nadie lo ha logrado hipnotizar.