martes, 8 de septiembre de 2015

La pequeñez de la caja

Aquel pañuelo que retiene un perfume que ya no usas y un libro con una dedicatoria de alguien que ya no frecuentas. La calle de tierra cubierta por asfalto, un mazo incompleto de cartas españolas, un cassette con la cinta desarmada. El olor de la salsa casera, el ruido de las galletitas en lata y la textura del ovillo de lana.


El tren de los domingos por la tarde, el barrilete que voló el viento y el sabor original de la mermelada casera. El pan del pueblo en la madrugada, el oso de peluche abandonado, los árboles que crecieron y que, alguna vez, apenas te escondieron. Un cuaderno donde el lápiz casi no se lee, crayones sucios y gomas de borrar usadas.


La pelota ahora desinflada, el mate cocido, los ídolos que ya son desconocidos. Los collares de fideos de colores, la remera que conservas, la canción que te dedicaron en la radio. El timbre de una voz que ya no escuchas, el sodero de las mañanas y el pasto comido por camellos. Una estrella a la que ya no le imploras, un par de velas derretidas en noches de tormenta y el húmedo aroma al terminar la lluvia.

El hombre de la bolsa que jamás conociste, los raspones de las travesuras y el subibaja al que ya no subes, del que ya no bajas. Las piedras de la plaza, los rastros en la canilla de las bombitas de agua y los vecinos de al lado que ahora viven lejos. Los tapiales que cruzaste, los patios que invadiste y los pozos que tapaste.

Los disfraces que te regalaron aplausos y la poesía recitada sin vergüenza. La entrada a un famoso museo, los rastros de brillantina sobre cartón y el engrudo con el que todo uniste. 

El riego de atardeceres de verano, el cuento que te durmió por las noches, los libros con hojas manchadas. El truco de magia que no necesitaste entender, la tarde de circo y el dulzor de un chupetín. Un par de zapatillas embarradas, la máquina de coser y las pinturas de “mentiritas” que aún conservas.

Una taza que te quedó chica para el café, la muñeca que sobrevive al tiempo y aquel poema que leíste por primera vez. Galletas de avena recién horneadas, leyendas urbanas que aún crees y la luz mala que te ha dejado de perseguir. El piano que no dejó de sonar en tus oídos, algún canto de pájaro que invadió tus siestas y aquella última torta de cumpleaños compartida.

El silbido de un grillo, la canción de la tortuga y la valija con la que te vieron partir

Tus manos coloreadas por tizas de colores, un papel adornado con acuarelas y tu nombre escrito con trazos difusos. La flor marchitada que vive entre páginas, los dados que te enseñaron el azar y los amigos imaginarios con los que aprendiste a hablar. Un reloj inmóvil que habita en un cajón, un anillo de plástico y una carta en papel que inmortaliza sus letras. 

La magia de la nostalgia reside en su simpleza.

¿Acaso no es tan simple como una pequeña caja colmada de viejos botones?