miércoles, 11 de mayo de 2011

Me descubre

Contundente es esta noche que despacio me despierta. Latente, confiada, leal. Algo perspicaz con mi seguridad, algo inminente con mi deseo. Frágil es aquel engaño sobre esta promesa, frágil mi lágrima repetida ante la cura del desprecio. Generosa es mi osadía frente a la permuta de mi silencio, sagaz es mi locura frente a la coherencia de otros mundos. Una música suave alimenta el compás de mis delirios y peca de compañía en medio de un solemne encuentro.

Sugerentes las fragancias que derrochan recuerdos y me coronan fervorosa. Tenue es la luz que sonríe mientras camino hacia un ardiente café que aclama palabras. Un sencillo respirar que acomoda mis sentidos y vuelvo donde jamás creí haber estado. Mis labios se estremecen, se unen lentamente, se aman. Como un rocío imprevisto, como una nube en medio de un cielo despejado. Calma, sedienta, sincera, transparente. Durante un desconocido transitar donde mis pies ya no tiemblan, mis manos ya no dudan, mis ojos lo descubren, mis oídos se empalagan.

Decente, verdadero, cordial. Un anochecer que ya ha sido, un oscuro inspirador, una profunda debilidad. Un poco de lo que soy en un tumulto de lo que aún no he sido. Encendiendo una íntima madrugada donde nada temo, donde todo busco, donde todo soy. Desnudándome me comprendo, me aliviano, me creo. Surge como brisa, no se esfuma, perdura. Se desliza por mis venas, me inspira, me encanta, me vacía, me entiende, me sonríe.

Compleja, intensa, latente.  Jala con extremo vigor y no me deja escapar. No quiero escapar. Nace, renace, complace desolaciones, me enmudece, me halaga. Delicada, dúctil, pura. Sin ensayos, sin errores.

Aquí, donde mis ojos descansan, donde mis histerias se acaban, donde mi timidez se distancia. Aquí, la tranquilidad se apodera de mis inquietudes, las olvida, las libera. Algo me relaja, me permite, me complace, me completa, me sincera, me tolera. Aquí, el anhelo me concede la valentía para susurrar aquello que, hasta hoy, no hallaba su infalible melodía. 

lunes, 2 de mayo de 2011

Un encuentro cotidiano

Comencemos con lo que creo que es una obviedad: Vivir con uno mismo no sólo es inevitable sino que también durará toda la vida.

Habrá días en los que deberás tenerte piedad, saciar las culpas y permitirte la equivocación. Al instante serás cruel con vos mismo y te enfrentarás a una guerra interna en la que el lastimado no sangra. Es así, me hablaré a mí misma en medio de la noche en un diálogo intenso con mi otra yo (que en realidad sigo siendo yo). El conflicto se crea cuando te empalagas de vos mismo, ¿qué sigue? ¿Escaparte? ¿De quién? ¿Cómo? ¿Dónde?

Te creerás conocer pero te sorprenderás de algo que jamás hiciste, de aquello que nunca quisiste hacer y lo hiciste, de todo lo que soñaste ser y no fuiste, de aquello que parecía lejano y sin embargo te descubre.  De repente, sabrás que eres la dueña de las decisiones y eso, por momentos, te irrita. Porque tener el control de nuestra propia vida es magnífico pero al mismo tiempo es desgastante: te transformas en víctima y culpable al mismo tiempo.

No hay demasiadas reglas ni manuales estrictos. Existirán los días en los que desees que tu cuerpo y tu mente viajen lejos y triunfen sin vos. Bueno, eso no es posible. Y no es una cuestión de soledad, puede ser cuestión de compañía. Una asociación introspectiva, que parecerá delirante desde afuera y que sorprenderá en su lucha entre hecho y pensamiento. En el encuentro con uno mismo las sombras son más densas y marcadas y también los problemas se vuelven más claros y decisivos. 

Entonces, no queda más que comenzar a entenderse, pensarse, defenderse, culparse, quererse y aborrecerse. Somos dueños de cada cuota de pensamiento, de cada silencio que algo esconde, de aquello que sólo la almohada escucha, de cada palabra que no se dice y de todas las escenas que no se muestran.

Y así viviremos, cada uno con uno mismo. A veces valdrá la pena, otras tantas el diálogo te parecerá aburrido y delirante. Pero hay algo muy cierto en todo esto: escapar no está en los planes.