domingo, 28 de agosto de 2011

Simplemente


La fragancia de lo que aún no ha sido. La demencia del que lo cree posible. La sutileza del tiempo. La delicadeza del cariño. La imaginación en la magia. El despilfarro del aludido. El sentido del sin sentido. Las horas que pasaron. Los minutos que quedan. Los segundos que sobran. Lo inesperado del desquiciado. La bondad del carenciado. La falsedad en la práctica. La maravilla del arte. La insuficiencia de la palabra. Lo atroz de la guerra. Lo improbable de la paz. La constancia del decidido. La admiración de lo increíble. Lo dulce de los labios. El aplauso de lo encontrado. La decepción de lo perdido. El temor a lo desconocido. El misterio del futuro. Los quizás de cada día. La sinceridad del transparente. El ánimo del feliz. El canto del libre. El cansancio del esclavo.  La compañía de la soledad. Los silencios necesarios. Los vacíos desperdiciados. Los llenos desprolijos. Lo lineal de la razón. La solemnidad del educado. La locura del sabio.  La responsabilidad del tan sólo ser. La cortesía de los generosos. Lo gris del llanto. Lo soleado de una sonrisa. El discurso de la mirada. El permiso del perdón. Lo simbólico de una mano. Lo innecesario del dolor. Lo sensible de la tristeza. El honor de las luchas. Las revelaciones del amor. La desesperación del ignorante. La mezquindad del egoísta.  La ambición de los excesos.  La humildad del conformismo.  El pudor del vergonzoso. La sencillez del servir. Los oscuros de la noche. Lo inconveniente del mentir. EL esmero del guerrero. La respiración de dos amantes. La esperanza del hallazgo. La ventaja del que puede. La desventaja de quien no intenta. Lo efímero de lo que somos. Lo infinito de lo que no sabemos. Lo valiente de la prueba. La herida eterna. La cura sorpresiva. Las razones del ímpetu. Los latidos del sentir. Las consecuencias del callar. Lo peligroso del decir. Lo imperioso del tener. La grandeza del dar. La valentía del pedir. Las injusticias de los vaivenes. La grandilocuencia del cielo. Lo recóndito del mar. Las caricias del recuerdo. Lo difícil del olvido. Lo valioso del agradecimiento. La majestuosidad del perdón.  O simplemente, la vida.  


lunes, 15 de agosto de 2011

La inexistencia de la valija vacía

Había armado mi valija. Un empujón de tiempo no me dejaba escapar. Cerrarla y volverla abrir. Olvidar. ¿Qué olvidar? Dejar. ¿Qué dejar? Llevar. ¿Qué llevar? Apretada, agotada, completa, excitada. Fácil de cargar. Difícil de cargar.

Esa valija se subía a un avión y se bajaba. Pretendía ser compañía. Pretendía ser un bien preciado que llevaría como tesoro, que cuidaría con esmero. De cuero, de tela, de colores vivaces, de colores oscuros. Dependía el lugar. Al llegar a destino se agrandaba. Parecía llenarse los bolsillos de recuerdos. Parecía traerse un objeto preciado que jamás pertenecería a ningún viajero.

La valija cargaba sospechas. Poco transparente y algo soñadora. Llevaba consigo un par de prendas de varios roperos viejos. Había dejado aquello que parecía no necesitar. Se acomodaba fácilmente y viajaba sin pagar pasajes. Corría entre multitudes para no ser capturada por el tiempo y descansaba en los paisajes más alucinantes para autoproclamarse poesía.

Esa valija se robaba la atención de muchas manos y convencía al indeciso de no ir. Su mayor riesgo fue nunca más volver. Su mayor virtud, intentarlo con osadía. Maldita valija que tantas veces hizo dudar. Seducía por su magia desmesurada y se acurrucaba en camas extrañas, bajo cielos extranjeros. Guardaba un puñado de esperanza en cada bandera y soslayaba su bronca de no pertenecer.

Aquella valija contaba historias desde el silencio y procuraba descender trayendo algo a cambio. Sonreía a pesar de las molestias del clima. Vacilaba en largas esperas. Corría cuando la paciencia se agotaba. Componía canciones en melodías de extraños. Frenaba en el impulso equivocado. Viajaba honrando su responsabilidad.

Esa valija vacilaba en su hermetismo. A veces perdía lo que iba a buscar. Otras veces se hallaba en pantanos que ensuciaban. Nunca quiso y nunca pudo convertirse en huérfana. Fue siempre sierva, fue siempre mártir, fue siempre esclava.

Aquella valija aparentaba ser dorada hasta desgastarse en ausencias, hasta rejuvenecer en presencias. Conoció mares impuros, salados y furiosos. Paseó por senderos luminosos, por ríos románticos, por atardeceres pintados a mano. Agobiada de ir, decidió volver. Cansada del arraigo, volvió a irse. Su escapatoria siempre fue no escapar. Su remedio fue jamás paralizarse. Su placer fue acompañar. Su pecado fue pesar demasiado. Su deseo fue llenarse de experiencias. Su legado fueron páginas de historias.

Aquella valija nunca pudo estar desocupada. Sólo un paso simbolizaba el fin de ese vacío.  

Esa misma valija hoy reposa sobre los pies de mi cama. Cada noche duermo sabiendo que al despertar estará allí: fiel, firme, expectante. Estará suplicando ser alivianada o pidiendo disculpas por ser una molestia. Sólo yo podré cambiar su destino invitándola a viajar, invitándola a no detenerse por lo que ya no puede cargar. 

martes, 2 de agosto de 2011

Algo más que un abrir y cerrar de ojos

Una gota que cae lentamente sobre una verde hoja, un zumbido de un labio temeroso, un fuerte relámpago que ilumina un beso, una llave que abre por primera vez una puerta, un paisaje que no volviste  a ver, la primera palabra de un niño, el sonido casi imperceptible de un pincel sobre el lienzo, el comienzo de la canción que te define, la vuelta de página del libro que leerás mil veces, la última mirada de aquel que amas, una caricia de la abuela que ya se fue, un pestañeo que revela un rostro, un escondite descubierto, el ruido de una moneda que acaba de caer, una sonrisa callejera.

Instantes.   

¿Podrán esos segundos ser algo más que una medida de tiempo? ¿Cuánto debe durar algo para significar mucho más? ¿Cuál es el límite para establecer lo mucho o lo poco?

Si un NO podría impedir una guerra ¿cuánto tardamos en pronunciar la palabra NO?

Si un SI puede convertirnos en culpables ¿cuánto tardamos en pronunciar la palabra SI?

Si decides detener el reloj ahora mismo, sentirás una cámara lenta que te arrincona frente a un espejo, un mirada subjetiva que te libera… allí naces mil veces, es un sentido opuesto a la rapidez con la que vives y un semejante reflejo de aquello que permanece sin importar su duración. Llegar tarde, estar temprano, un café demasiado ardiente o un poco más frío, un suspiro más, un latido menos. Caminar dos pasos, dar la mano, callar con un beso. Sonreír a pesar de todo, caer torpemente, oler las medialunas recién horneadas. Cortar una flor, entregar aquella flor. Romper un papel, empezar a escribir. Nacer en un instante. Morir en un instante.   

¿Qué valor tiene un simple movimiento que nos condena hacia la derecha o hacia la izquierda? ¿Cuánto dura un sorbo de agua en desaparecer? ¿Cuánto tiempo pasa entre el tacto de mano en mano de un aplauso? ¿Cuántos segundos figuran entre estar dormido y amanecer? ¿Cuánto perdura una lágrima saliendo del lagrimal?

Hay en nuestro inconsciente un infinito número de instantes que trascienden y van generando algo más grande que ellos mismos, pero no por eso más valiosos. Cada vez que viajo, más allá de una fría y congelada fotografía, al encontrar un paisaje asombroso (ya sea por lo simple, lo grandioso o lo significativo) intento abrir y cerrar los ojos, como si fuese una foto natural. Ahí queda, en mi retina, en segundos que se detendrán en mi memoria y sólo compartiré conmigo misma. Son admiraciones sencillas que reflejan lo grandilocuente de su sentido. ¿Por qué? Porque sobreviven.

Es un destello de noche que espera un destello de día. Es un mínimo eco que espera la afonía. Es una espontánea mímica que espera quietud.  Es una herida recién abierta que espera sanar. Es el primero de los acordes que generan una sinfonía. Es el primer llanto de un bebé que acaba de nacer. Es una nube en un día ventoso. Es una huella en la arena que es pisada por el mar y se va.

Son instantes. Pequeños, sublimes, pasajeros. No por eso superficiales e insignificantes. Instantes. Sólo instantes. O mucho más que eso. Instantes. Un instante, como éste, que ya acaba de pasar.