miércoles, 7 de marzo de 2012

Mujer


La comercialización del Día de la Mujer plantea una gran dualidad. El olvido de las verdaderas razones de su existencia y la pérdida de su valor.

Si hay un día donde las mujeres “deben” ser agasajadas no corresponde vincularlo con una cuestión de género porque caemos en la tentación de convertirnos en machistas. Sería más prudente poder relacionarlo con una lucha justa que pondere a la mujer no por ser mujer sino, simplemente, por ser.

¿Siglo XXI?

Si. Y no por una cuestión de tiempo hemos evolucionado.

El respeto hacia la mujer no debe significar un cuidado extremo debido a nuestra fragilidad frente al hombre, sino por una condición real y justa de lo que somos y lo que podemos llegar a ser.

La mujer ha parido grandes hombres, los ha educado, los ha criado, los ha llorado. Aquella mujer, la misma, jamás dejó de parir grandes mujeres. Las hizo madres confiándoles cuidado. Las hizo fuerte ante la pérdida, las hizo insistentes ante la lucha, las hizo humildes frente a su propia grandeza. La mujer ha esperado porque cree, ha escrito grandes obras, ha cantado emocionando, ha descansado para seguir trabajando, ha sufrido para fortalecerse, ha hablado hasta quedarse sin voz.

Deberemos entender todos de una vez que el homenaje que merece la mujer no debería justificarse desde la posición de género, sino desde el humano. Crezcamos. Maduremos. La historia nos ha enseñado que pueden nacer grandiosos hombres que cambien el mundo y que, también, pueden nacer maravillosas mujeres dignas de intentarlo cambiar.

No esperemos del hombre su entrega hacia la igualdad. La igualdad de condiciones, de palabra, de voto, de admiración, de posición, de poder, de gloria, de oportunidad,  no debería ser nuestra queja ni nuestra búsqueda. La igualdad debería ser nuestra virtud.