sábado, 4 de abril de 2020

#12





Un papel ha caído de la agenda de una señora que caminaba apurada luciendo tacos altos. El papel lo ha levantado un niño que peleaba con su hermana por un mismo chupetín.

La golosina la compró la madre en un kiosco de la esquina donde el portero juega a la quiniela.

Ha salido el 56, número favorito de la moza del bar.

Las medialunas con café con leche es el desayuno inamovible del señor de boina.

Un grupo de adolescentes pasan a comprar una docena y las comen sobre la acera.

Hay un mendigo conocido que recibe una gratis y la deleita sin ahogo.

Sonríe una joven que nota el gesto mientras habla por teléfono y tropieza.

Un joven la ayuda a no caer, toma su mano y se miran por única vez.

Un caniche torea la escena al ser paseado por dos ancianas del barrio.

Saludan con simpatía a la empleada de la farmacia que ha salido a colgar un cartel.

El primero en notar la promoción del día fue un matrimonio que pasea un bebé.

Su llanto desconsolado atrae cierto nervio de un joven que espera el colectivo.

Al girar ve en el banco del frente a dos adolescentes que se besan por segunda vez.

Pasa detrás un joven que sonríe al mirar el celular.

No nota que cae sobre su pelo una pequeña flor del jacarandá.

Debajo del árbol una mujer está leyendo las obras de Oscar Wilde.

Un libro ha sido olvidado en la mesa del café italiano.

Un expreso bien cargado bebe el médico antes de volver a la guardia del hospital.

Cede el diario a otra clienta, deja diez pesos de propina y se va.

En la página principal hay una mancha de té de verde.

La dueña de la peluquería lo ha bebido una hora antes.

Madre e hija entran a hacerse color y un niño se niega a rapar.

Lo convence otro niño al que se le cae una gorra de Superman.

A unos metros un joven compra Comics sin dudar.

El diarero le ceba un mate al taxista que ha parado a descansar.

Antes han bajado tres amigas que se pelearon al pagar.

La discusión fue entendida hasta por dos extranjeros que caminaban a la par.

En inglés quisieron comprar una guía de la ciudad.

Los ayudó a traducir una muchacha que iba a trabajar.

Salía del trabajo un guardia que se había peleado con el del quinto A.

Un arquitecto recién mudado que organizaba fiestas para hacer enojar.

Se quejó una pareja que estaciona el auto frente al bar.

Un estudiante de ingeniería andando en bicicleta lo ha rayado.

El testigo fue un barrendero que le gritó al pasar.

Le contó al policía que estaba de guardia en la otra esquina.

No hizo mucho caso porque se distrajo con una pelea entre motociclistas.

Tocaba bocina una mujer que llegaba tarde a la oficina.

El muchacho de saco y corbata se enamoró al escucharla gritar.

Un charco de auto embarró sus zapatos recién lustrados.

El lustrador repetía su labor y se enfurecía con un billete falso que le habían entregado.

El billete no había sido captado por la cajera de la librería.

El último libro vendido había sido de un tal Alighieri.

Lo llevaba un profesor de letras envuelto como regalo.

Una mujer fue sorprendida con un ramo en la cola del banco.

Un vagabundo esperaba ansioso cobrar una herencia.

Ansiosa cruzaba la calle una joven con su violín.

Un artista callejero cantaba Creep en la Avenida Colón.

Yo sólo lo escuchaba.



¿Acaso no has visto todo esto desde tu ventana mientras desayunabas?

#11



Todos nosotros hemos sido un poco de ahí. 

El horizonte de un campo victorioso, caballos de domingos paseando hacia la gloria, yerras y carneadas, un vino en damajuana, una rifa, una mesa servida y un temprano adiós. Veredas de yerbas y amaneceres inundados de olor a pan. 

Claras noches para buscar la Cruz del Sur, dormidos teros y gorriones pausando los cantos y cortes de luz cuando un nuevo día pedía permiso. Calles de tierra amontonando huellas, huellas de abuelas, de bochas que han rodado y hoyos que ha hecho algún amigo. Letras de un Cortés cercano, sábados de ventanas abiertas, vientos del sur, Perales y un coro rogando por el canto de los niños. 

Amigos sin edad, vecinos como familia, bicicletas sin apuros y peñas con suspiro de gaucho. La luz mala como leyenda, un viejo Cepillito de trabajosas manos, árboles trepados y chozas que duraron lo que vive una tarde de verano. 

Mermeladas caseras en frascos que serían guarida de insectos inofensivos, pastelitos de Mayos fríos y escarapelas de humilde entramado. Se huele el locro cocinado en grandes discos, se huele el choripán de domingos de fútbol, se huele el eucaliptus y el mate cocido de recreos no olvidados. 

De memoria recito “volverán las oscuras golondrinas”. De memoria camino hacia las manos que enaltecen mi pelo. De memoria me enfrento a campamentos sin linternas. De memoria juego entre los rieles del tren. De memoria acompaño el viaje de aquel barco de papel. De memoria sufro el raspón en mi codo, la traición inocente y el juego perdido. De memoria empeño mis tardes a los charcos, las lomas de Vilches y la amistad. De memoria grito a un aljibe vacío. De memoria abrazo aquella tarde de parque. De memoria revivo el primer cigarro, el sifón sobre la mesa, el primer beso y las manos arrugadas que trabajan el tejido. De memoria descanso en la sombra de una parra. 

Un colectivo que no necesita llevarnos a la gloria, una pava sobre una garrafa verde oscura y un puñado de semillas de girasoles que alertan el hambre. Un asado sin previo aviso, facones, dos voces, dos guitarras, un bombo y un fogón. 

Anocheceres de Gancia con limón, un truco perdido, un chinchón ganado, un trozo de queso y un rosal marcado. Una procesión rodeando la plaza, chocolates e insomnio de infancia de niñas, manos que cubren todo tamaño de herida, camellos que existieron y un sodero de tempranas mañanas. 

Carpas de circo en terrenos baldíos, despertares sin bocinas, el grito de un vecino enojado y una bolsa de mandados que apenas cuelga de su brazo. La sombra de un árbol que sobrevive, la familia que muda sus muebles y aquellos otoños de hojas cansadas. 

Así eran las cosas cuando las ruedas de mi bicicleta vivían embarradas, los escondites eran compartidos y los secretos se guardaban. Así eran las cosas cuando el teléfono no nos acompañaba, las enciclopedias olían a biblioteca, Cipriano sembraba tomates y el patio vestía un gran pino. Así eran las cosas cuando temíamos al hombre de la bolsa, la lluvia cosechaba buñuelos y las galletas se compraban a granel. 

Todos nosotros hemos sido un poco de ahí. Tenemos la sangre de la estación vacía, la respiración de caminatas cortas y la voz de adioses repetidos.

jueves, 2 de abril de 2020

#10



Trabajo como detective privada desde que cumplí 25 años. Para muchos era el destino de alguien que ha crecido entre rumores y chismeríos, a mí me satisface más la razón de una personalidad curiosa y activa. Me contratan para varios tipos de proyectos y problemas. Los tres casos más inusuales fueron un sacerdote a quién le desaparecía el vino para cada Eucaristía, un viejo bibliotecario que dice ser el verdadero creador de internet y una hacendada abogada en busca de pruebas que confirmen su bondad. 



Sin embargo, la mayoría de las veces recibo llamadas, mensajes y cartas para encargos más comunes sobre amores ilegales, negocios fraudulentos y otras semejantes que no me divierten pero pagan alquileres. Hace una semana comencé a trabajar para un joven odontólogo que quería conocer el pasado de su futura mujer. Por supuesto, lo único que verdaderamente le interesaba eran los hombres con quiénes había tenía relaciones no oficiales. Yo no quise interrumpir en su deseo ni ocasionar una nueva duda pero le sugerí que no lo haga, no valía la pena. Insistió y aquí comparto el reporte que le he enviado: 



Benjamín, el andaluz 

Guarda de él una débil foto carnet en su libro favorito, “Cumbres Borrascosas” junto a la frase remarcada “Sea cual fuere la sustancia de la que están hechas las almas, la suya y la mía son idénticas”. Le dicen el andaluz sólo porque pronuncia acentuadamente la z, de hecho, su apellido es Capellani. Es divorciado con dos hijos varones, trabaja como inspector de tránsito y juega de 6 en el torneo local. 



Juan Pedro Baudin 

No tiene agendado su teléfono ni registro de relación. Muchacho alto y flaco, de cabello castaño y ojos oscuros. Es soltero, el sábado a las 22hs. tuvo una cita con una joven de vestido azul, bebieron Malbec y luego fueron a su departamento de la calle Alvear. Ha fundado su propia empresa de logística y distribución y practica esgrima con su hermano mayor. 



Marcos P 

Así ha escrito su nombre en la agenda del celular. Su apellido es Pabb, descendiente de irlandeses e hijo único de un matrimonio disfuncional. Vive en Manchester, Inglaterra, donde ejerce como Ingeniero Civil, está recién casado con una joven belga y ha estado en Londres porque su último posteo ha sido de un Vesper tomado en Connaught Bar. 





Negrito Tejada 

Han entrado a un hotel de alojamiento hace cinco años camino a Carlos Paz. Es el cardiólogo que ha operado a su suegro el pasado 11 de Diciembre. Está casado con la Jefa de Oftalmología, tienen dos hijas adolescentes y un niño adoptado de diez. Juega al golf en Villa Allende, es adicto a los habanos y deja el auto mal estacionado. 



Paul, francés 

Está con ella en varias fotos en un viaje con amigas a una isla caribeña. Lo conoció en el hotel All Inclusive y, según mis informantes, tuvieron sexo en el mar. Cada amanecer bailaron lambada, bebieron descontroladamente y fueron echados de la disco por exceso de miradas. 



Sin riesgo aparente, con pasado abundante y heterogéneo, le deseo un matrimonio aventurero y feliz. Para más información u otros proyectos de investigación, comuníquese sin dudar. 



Y aquí comparto la respuesta enviada por mi cliente: 



Agradezco mucho su profesionalismo y transparencia. Su trabajo ha sido impecable, sólo buscaba confirmar la razón por la que mi novia ha llegado el domingo a la madrugada con una mancha colorada que no he sabido identificar.

miércoles, 1 de abril de 2020

#9



El diario del 15 de Noviembre me describió como “El Tartuffe cordobés, el impostor” (haciendo alusión a la obra de Moliere), un título que precederá mi nombre por el resto de mi vida. La primera plana mostraba mi rostro en una foto que me tomó desprevenido y el periódico más leído de América Latina convertía mi historia en desgraciada fama y la elevaba a la vulgaridad. 

Acusado con pruebas débiles, desprovisto de defensa y con cierta fragilidad de ánimo, me han encerrado. Me encontraron volviendo del teatro el viernes por la noche en una primavera simpática, solitaria y amena. Estaban esperando fuera de casa, rodearon la manzana completa alertando una posible huida y hasta apuntaron un arma para pedir mi inmovilidad. Inentendible la circunstancia, la razón y el propósito. Un oficial me comentó los cargos y los derechos que tenía, sólo entendí que algo estaba terminado. 

Me llevaron a la comisaría número 6, me interrogaron con paciencia y me ofrecieron un vaso de agua que sabía a desesperación. Llamé a mi abogada, atendió aterrada, me explicó con detalles por qué mi caso sería en vano de defender, se pronunció abatida con anticipación, pidió disculpas y colgó entre un par de lágrimas. 

Al día siguiente me llevaron a la cárcel Bouwer. El día era gris porque no podía ser de otro modo, la música no me agradaba y afuera olía a un “sin retorno” doloroso. Dos policías, de buen modo y con picardía necesaria, me acompañaron a la celda. No podían creer mi insistencia al cometer el acto, ni entendían la capacidad de entregar mi libertad y dejarla en manos de la inmoralidad. Comenzaba una cadena perpetua que me ataría más que nunca a mí mismo. 

Mis compañeros de celda eran tres muchachos: uno nacido en Corrientes, joven viajante que vendía remedios para animales sin saber la procedencia; el más grandote era un estanciero que vendía campos esquivando escribanos; el más callado era un vigilante de un famoso country de zona sur que dejaba entrar a su yerno de vez en cuando para saquear el mini mercado. 

Me diferenciaba de ellos algo importante: la pena. Los tres saldrían en unos meses o par de años. No era mi caso. La idea de una barba desprolija y un aseo descuidado me hundían en lamento y desesperación. 

Pasé mis primeros meses leyendo y enseñando a leer. Formé grupos de lecturas, produjimos Scrabbles para regalar a colegios de la zona, creamos Carreras de Mente con preguntas de sentido común y armamos un coro de cuartetos con letras originales. 

Sin dudas, el campeonato de anécdotas se llevó las mejores horas de mi condena. El flamante ganador, un hombre que había orquestado su falsa muerte para recibir un seguro de vida, contó para todos los prisioneros quiénes habían llorado en su propio entierro. Un aplauso rotundo lo catapultó al éxito y hasta una radio lo entrevistó. 

Yo no recibía visitas. Mi familia se había dado por vencida conmigo desde hacía mucho tiempo. Mi ex novia ya tenía un nuevo ex marido y mis amigos sentían vergüenza por mi descuido. Sólo fui atendido una vez por mi tío Mario, con quien hablé sobre Talleres, la infancia en Cruz del Eje y aquellos bailes de cuarteto en los que se enamoró de la tía Elisa. Claro, el tío Mario tenía la memoria invadida por el Alzheimer. 

Extraño. Extraño el té con limón de las noches desveladas, el espejo sin rajaduras y la baldosa con la que tropiezo cada mañana. Extraño porque no olvido. Extraño parecer inocente. Culpable, no soy. Me han condenado por impostor, no entienden que sólo he escrito un poema sin conocer el amor.