sábado, 4 de abril de 2020

#11



Todos nosotros hemos sido un poco de ahí. 

El horizonte de un campo victorioso, caballos de domingos paseando hacia la gloria, yerras y carneadas, un vino en damajuana, una rifa, una mesa servida y un temprano adiós. Veredas de yerbas y amaneceres inundados de olor a pan. 

Claras noches para buscar la Cruz del Sur, dormidos teros y gorriones pausando los cantos y cortes de luz cuando un nuevo día pedía permiso. Calles de tierra amontonando huellas, huellas de abuelas, de bochas que han rodado y hoyos que ha hecho algún amigo. Letras de un Cortés cercano, sábados de ventanas abiertas, vientos del sur, Perales y un coro rogando por el canto de los niños. 

Amigos sin edad, vecinos como familia, bicicletas sin apuros y peñas con suspiro de gaucho. La luz mala como leyenda, un viejo Cepillito de trabajosas manos, árboles trepados y chozas que duraron lo que vive una tarde de verano. 

Mermeladas caseras en frascos que serían guarida de insectos inofensivos, pastelitos de Mayos fríos y escarapelas de humilde entramado. Se huele el locro cocinado en grandes discos, se huele el choripán de domingos de fútbol, se huele el eucaliptus y el mate cocido de recreos no olvidados. 

De memoria recito “volverán las oscuras golondrinas”. De memoria camino hacia las manos que enaltecen mi pelo. De memoria me enfrento a campamentos sin linternas. De memoria juego entre los rieles del tren. De memoria acompaño el viaje de aquel barco de papel. De memoria sufro el raspón en mi codo, la traición inocente y el juego perdido. De memoria empeño mis tardes a los charcos, las lomas de Vilches y la amistad. De memoria grito a un aljibe vacío. De memoria abrazo aquella tarde de parque. De memoria revivo el primer cigarro, el sifón sobre la mesa, el primer beso y las manos arrugadas que trabajan el tejido. De memoria descanso en la sombra de una parra. 

Un colectivo que no necesita llevarnos a la gloria, una pava sobre una garrafa verde oscura y un puñado de semillas de girasoles que alertan el hambre. Un asado sin previo aviso, facones, dos voces, dos guitarras, un bombo y un fogón. 

Anocheceres de Gancia con limón, un truco perdido, un chinchón ganado, un trozo de queso y un rosal marcado. Una procesión rodeando la plaza, chocolates e insomnio de infancia de niñas, manos que cubren todo tamaño de herida, camellos que existieron y un sodero de tempranas mañanas. 

Carpas de circo en terrenos baldíos, despertares sin bocinas, el grito de un vecino enojado y una bolsa de mandados que apenas cuelga de su brazo. La sombra de un árbol que sobrevive, la familia que muda sus muebles y aquellos otoños de hojas cansadas. 

Así eran las cosas cuando las ruedas de mi bicicleta vivían embarradas, los escondites eran compartidos y los secretos se guardaban. Así eran las cosas cuando el teléfono no nos acompañaba, las enciclopedias olían a biblioteca, Cipriano sembraba tomates y el patio vestía un gran pino. Así eran las cosas cuando temíamos al hombre de la bolsa, la lluvia cosechaba buñuelos y las galletas se compraban a granel. 

Todos nosotros hemos sido un poco de ahí. Tenemos la sangre de la estación vacía, la respiración de caminatas cortas y la voz de adioses repetidos.

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