lunes, 17 de septiembre de 2012

Argentina (como adjetivo, no como sustantivo)


Mi abuela Chicha siempre me decía: “Buscate un novio radical”. Yo, adolescente, le respondía: “Si abuela, quedate tranquila”. Hasta ese nivel era radical (como sustantivo, no como adjetivo). Tanto como para sentir a Raúl Alfonsín como el amor de su vida. La escuché durante 21 años hablar de política con un fanatismo más exagerado que el que tiene mi tío por Boca Juniors. Recuerdo hacerla enojar al grito de “Viva Menem” desde el tapial de su casa y ella corría con la escoba recordándome que estaba prohibido nombrarlo.
Yo viví hasta los 18 años en un pueblo de menos de 1000 habitantes, sí, 1000. A finales de los 90 el mismísimo Presidente de la República nos fue a visitar, me tocó saludarlo, le di un beso y le estreché la mano (tengo una foto de ese preciso momento). Se me cruzó por la cabeza la abuela Chicha, por supuesto. Sin embargo aquel día para mí fue glorioso porque había tenido el honor de saludar, con sus defectos y virtudes, al Presidente de la Nación en un lugar escondido de la inmensa Argentina. La abuela fue una de las pocas que se encerró en su casa y estando a dos cuadras de la plaza, no apareció. Yo quiero sentir ese orgullo y respeto sobre la investidura presidencial.
Los que me conocen saben muy bien que mi amor por la abuela era puro, bello, irrepetible… yo la admiraba pero no heredé su radicalismo fundamentalista. Hoy le diría: “Abuela, con tantos requisitos que tiene que tener, si también debe ser radical, va a ser imposible”. No soy fundamentalista política. Soy fanática de la visión crítica, del análisis de lo que entiendo, de la sabiduría sobre la ignorancia, de la educación como base de todo camino social, de la validez cultural sobre la política, de la verdad sobre la mentira.
Soy una profesional de 27 años, criada en una familia de clase media que me ha inculcado una ideología simple y sana: la cultura del trabajo. Yo veo a mi abuelo materno de 80 años despertarse a las 6 de la mañana  para ir a trabajar en una empresa que él mismo creó. Enorme es mi orgullo de haber crecido en esta familia que hoy me empuja para que me despierte a las 6 de la mañana y labure hasta las 9 de la noche para lograr ser alguien en la vida, para poder darme gustos, para mantenerme y poder formar una familia dignamente, para hacer valer mis años de estudio, mis congresos, mis cursos, mis viajes, mis locuras, mis pasiones.
Como leerán, no escribo para quejarme, escribo porque es mi medio, mi forma. Escribo porque temo, porque me preocupa, porque no entiendo.
El jueves yo salí a la calle, salí con ánimo de sumar una voz. Fui convencida de la necesidad de ser escuchada. Porque yo quiero opinar, dialogar y discutir sin ser catalogada de “oligarca”, “gringa de campo”, “golpista”, “piquetera de la abundancia”.
Yo quiero hablar porque la libertad es mi derecho.
No quiero ser opositora, quiero sumar. No quiero ser K o anti-K, quiero trabajar. No quiero ser del “monopolio” o del Gobierno, quiero comprar lo que me gané con pasión, responsabilidad y compromiso. No quiero ser privilegiada, quiero esforzarme por el privilegio. Quiero viajar porque allá afuera, señores y señoras, el mundo te espera para enriquecerte. Quiero ayudar al carenciado sin oportunidades, no regalar al que no le gusta trabajar.
Elegí quedarme en este país, lo elegí sin arrepentimientos. Lo elegí porque acá están “los míos”. Y hoy siento que lo elegí sin merecerlo.
Yo no merezco pagar impuestos por los que no pagan. No merezco que otro compre los votos que otros votamos con dignidad. No merezco ser tratada de ignorante porque otro lo sea. No merezco que otro tenga mi cadenita de oro arrancada de mi cuello. No merezco vivir en un país dominado por la polarización ideológica. No merezco que me impidan tener lo que quiero cuando trabajo para conseguirlo. No merezco escuchar el apriete al que piensa diferente. No merezco que las escuelas públicas enseñen desde el fanatismo. No merezco ver cuentas de bancos llenas de los que deberían repartir. No merezco que los impuestos que pago se pierdan en tierras fiscales. No merezco una Constitución herida. No merezco oír el llanto de la madre a la que le mataron un hijo. No merezco una justicia para algunos. No merezco pertenecer a una generación que tiene miedo de trabajar en política porque “nada se puede cambiar”. No merezco ser parte de una sociedad que permite empresas fantasmas y olvida hospitales y escuelas. No merezco vivir en un país donde existe una gran mafia del contrabando. No merezco crecer en una sociedad que no ampara al anciano, no cuida a los niños y no protege al verdadero débil. No merezco tener que ser de acá o de allá. No merezco ser tildada de “acomodada” cuando la riqueza está en manos más grandes. No lo merezco.
Hemos logrado no tener grises y no ser capaces de permitirlos.Hemos logrado transformarnos en una Argentina intolerante, racista y sin oídos. Y termino pensando en el uso, la consecuencia y la gravedad de la palabra “poder” (como verbo, no como sustantivo). Y eso es lo que más miedo me da: NO PODER. Poder hablar, poder viajar, poder confiar, poder escribir, poder comprar, poder soñar, poder creer, poder votar, poder pensar, poder trabajar, poder ganar, poder perder. Poder. Porque no poder es la definición exacta de la no libertad. Y yo quiero tener oportunidades, yo quiero poder (repito, como verbo, no como sustantivo).
Y que quede claro que a la abuela Chicha la honro eligiendo heredar sus virtudes inolvidables y sus mejores recetas… y sin necesidad de tener que ser tan radical (esta vez como adjetivo, no como sustantivo).