martes, 2 de agosto de 2016

La confesión de Margarita Castillo



Señor Juez, admito que más de una vez canto envido con veintidós y retruco con un ancho de copas. Sin embargo, niego rotundamente la culpabilidad de semejante acto.

Paso a explicarle:

Los viernes por la noche me voy a tomar un vermut con las hermanas Mansilla dejando la luz prendida para que María Asunción crea que estoy en casa. Usted entenderá que sería algo engorroso y, hasta me animaría a decirle, una falta de respeto hablar mal de ella en su presencia.

Yo sé que no tolera demasiado el azúcar pero a veces me olvido y azucaro el té sin avisarle. Lo importante es, Señor Juez, que usted comprenda que cambiarle el punto del tejido cuando ella va al baño es sólo un acto de divertimento. No encuentro mala intención en el hecho.

Entienda esto: María Asunción toca la puerta todos los días a las nueve y cuatro minutos, exactos. Exactos Señor Juez. Viene con las galletas de avena que hace los lunes, pues está claro que si es viernes, las galletas están duras, Su Señoría. ¡Imagínese el apuro que me da el domingo! Gracias a Dios, nunca mejor dicho, me voy a misa. La misa es a las diez pero salgo una hora antes porque si hay algo que no negocio es la fe y la dentadura.

Entiendo la sospecha porque ya me ha culpado de mandar a mis bisnietos a robarle limones. ¿Cómo podría hacer semejante cosa? Debería usted ver con sus propios ojos lo arruinado que está ese limonero. Sí es cierto que algunas tardes de otoño, mientras ella duerme siesta, cruzo la verja para probar una mandarina. Una mísera mandarina, Su Señoría.

También recuerdo aquel día que me mandó al Comisario porque le devolví el palo de amasar sin lavar. Todo muy exagerado Señor Juez. María Asunción es exagerada de nacimiento. Se dice en el pueblo que le agrega agua al whiskey para que le dure más y los días de tormentas fuertes pone maderas en las ventanas. ¡Dígame usted qué necesidad!

Como aquella vez que hizo un escándalo porque se me cayeron dos gotas de lavandina sobre su pollera. Dos gotas, Su Señoría, dos. Dejó de hablarme por una semana y le enseñó al loro a decir “Margarita mala”. “Margarita mala, Margarita mala” repetía cada vez que salía al patio. Ese loro es un ser nefasto Señor Juez.  

Si soy la principal sospechosa es porque la veo todos los días y, conste en actas, la única persona en el pueblo que come sus galletas. Reitero esto para que usted entienda bien: sólo hornea los lunes, Su Señoría. ¡Tremendo!

Y seamos sensatos Señor Juez, ¿cómo pretende usted que le quiebre el bastón con mis propias manos si en 80 años jamás he podido abrir una maldita mermelada?