martes, 2 de agosto de 2011

Algo más que un abrir y cerrar de ojos

Una gota que cae lentamente sobre una verde hoja, un zumbido de un labio temeroso, un fuerte relámpago que ilumina un beso, una llave que abre por primera vez una puerta, un paisaje que no volviste  a ver, la primera palabra de un niño, el sonido casi imperceptible de un pincel sobre el lienzo, el comienzo de la canción que te define, la vuelta de página del libro que leerás mil veces, la última mirada de aquel que amas, una caricia de la abuela que ya se fue, un pestañeo que revela un rostro, un escondite descubierto, el ruido de una moneda que acaba de caer, una sonrisa callejera.

Instantes.   

¿Podrán esos segundos ser algo más que una medida de tiempo? ¿Cuánto debe durar algo para significar mucho más? ¿Cuál es el límite para establecer lo mucho o lo poco?

Si un NO podría impedir una guerra ¿cuánto tardamos en pronunciar la palabra NO?

Si un SI puede convertirnos en culpables ¿cuánto tardamos en pronunciar la palabra SI?

Si decides detener el reloj ahora mismo, sentirás una cámara lenta que te arrincona frente a un espejo, un mirada subjetiva que te libera… allí naces mil veces, es un sentido opuesto a la rapidez con la que vives y un semejante reflejo de aquello que permanece sin importar su duración. Llegar tarde, estar temprano, un café demasiado ardiente o un poco más frío, un suspiro más, un latido menos. Caminar dos pasos, dar la mano, callar con un beso. Sonreír a pesar de todo, caer torpemente, oler las medialunas recién horneadas. Cortar una flor, entregar aquella flor. Romper un papel, empezar a escribir. Nacer en un instante. Morir en un instante.   

¿Qué valor tiene un simple movimiento que nos condena hacia la derecha o hacia la izquierda? ¿Cuánto dura un sorbo de agua en desaparecer? ¿Cuánto tiempo pasa entre el tacto de mano en mano de un aplauso? ¿Cuántos segundos figuran entre estar dormido y amanecer? ¿Cuánto perdura una lágrima saliendo del lagrimal?

Hay en nuestro inconsciente un infinito número de instantes que trascienden y van generando algo más grande que ellos mismos, pero no por eso más valiosos. Cada vez que viajo, más allá de una fría y congelada fotografía, al encontrar un paisaje asombroso (ya sea por lo simple, lo grandioso o lo significativo) intento abrir y cerrar los ojos, como si fuese una foto natural. Ahí queda, en mi retina, en segundos que se detendrán en mi memoria y sólo compartiré conmigo misma. Son admiraciones sencillas que reflejan lo grandilocuente de su sentido. ¿Por qué? Porque sobreviven.

Es un destello de noche que espera un destello de día. Es un mínimo eco que espera la afonía. Es una espontánea mímica que espera quietud.  Es una herida recién abierta que espera sanar. Es el primero de los acordes que generan una sinfonía. Es el primer llanto de un bebé que acaba de nacer. Es una nube en un día ventoso. Es una huella en la arena que es pisada por el mar y se va.

Son instantes. Pequeños, sublimes, pasajeros. No por eso superficiales e insignificantes. Instantes. Sólo instantes. O mucho más que eso. Instantes. Un instante, como éste, que ya acaba de pasar. 

1 comentario:

  1. Entro por primera vez acá, me encuentro con estas ideas en las que tantas veces morí, en las que tantas veces me regocije..me encanta esto de dividir la realidad y ver uno por uno los instantes, escucharlos...hasta como recurso literario me gusta , es estupendo.

    Gracias por el grato rato lector.

    Abrazo. Te enlazo en Uno De Barba.

    pd: Fijate después en mi blog, tengo una entrada usando estas formas...

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