El tiempo es lo más
parecido a lo exacto. No se modifica. No es impostor ni infiel, no engaña ni
miente, es excéntrico y egoísta, es dinámico y conciso. El tiempo es dueño de
todo y es propiedad de nadie. Para él no existen las pausas, no le interesan las
opiniones. El tiempo es incorruptible y deliciosamente poderoso.
Los seres humanos
somos capaces de sembrar árboles o crear bombas atómicas pero no de
alterar el tiempo. Podemos
creer que lo engañamos, él puede frente a los que se creen omnipresentes e
intentan seducirlo.
Por un instante creemos
que “Medianoche en París” es posible,
que viajamos para charlar con Fitzgerald o para beber una copa con Dalí. Hasta
podemos sentir que Stephen King puede impedir la muerte de Kennedy en “22-11-63” y transformar la Historia
Universal. Sólo por un instante.
Luego volvemos a lo
que somos, a esa piel ultrajada por los años, artísticamente esculpida por la
naturaleza, dueña de los recuerdos, de los dolores y placeres.
Wells escribe en la “Máquina del tiempo”: “Usted no puede moverse de ninguna manera
en el Tiempo, no puede huir del momento presente”. Huir, jamás. Sólo la
imaginación, sólo el despojo de la realidad, sólo el paralelismo de lo que
vivimos nos puede desviar del ahora. Y la imaginación puede aparentar ilimitada
pero alguna vez toca fondo. Despertamos, despertamos de lo que no somos ni
fuimos, y desayunamos con lo que tenemos y podemos.
El tiempo es, y no
literalmente, sinónimo de nostalgia. Es un tango glorioso que honra aquello que
no vuelve sino en forma de sabores, olores, imágenes o sonidos. Es un fruto
encantador y travieso. Y la nostalgia es un poco de lo que la mente se ha olvidado
de borrar.
“Todo tiempo pasado fue mejor” dictamina una frase, segura de sí misma
y afirmando una cierta empatía con aquello que ya no existe. Pues, sin
dramatismo, cada día que vivimos nos alejamos más de haber nacido que de morir.
Y qué mágicamente estremecedor
es notar cómo se acumulan los recuerdos y se despachan los mañanas. ¿Acaso no
es el tiempo una simple acumulación de vida?
Podemos acordar y
pausar todos los relojes del mundo. Jamás podremos impedir que el día se haga
noche. En definitiva, el tiempo no pasa, nosotros atravesamos el tiempo.
Y él, despreocupado,
nos mira de reojo, porque aún nadie lo ha logrado hipnotizar.
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