martes, 3 de febrero de 2015
Sepia
Hoy me sentaría sobre tierra húmeda a construir castillos. Luego correría debajo de la lluvia mojando mis botas amarillas. Miraría cómo se esconden los grillos sin callarse y buscaría caracoles que no pueden escapar de las hojas. Llevaría un piloto embarrado de tanto juego en los charcos. Entraría a la cocina dejando huellas en el piso y bebería chocolate caliente en aquella taza que solía ser más grande que mi mano.
jueves, 22 de enero de 2015
Raramente normal
No es una cuestión de religiones, de fe ni pensamientos metafísicos. Ya no creemos ni en los hechos fácticos. No creemos en las casualidades sociales ni en la rectificación de la ciencia, no creemos en los veredictos judiciales ni en la culpabilidad del que queremos libre. No le creemos ni al marido fiel ni a las cervezas sin alcohol ni a las gaseosas sin azúcar.
No creemos por cansancio y por resignación. En esta comedia dramática las muertes son sólo parte de un misterio que a alguien le causa gracia. No podemos creer porque sabemos que detrás de escena hay maquilladores que cubren arrugas.
Ya no es una cuestión partidaria, ahora es contagiosa y dañina. Una situación que nos desprotege como ciudadanos, nos empuja al desamparo y nos murmura nuevamente: la verdad estará siempre en duda.
Puede haber un vicepresidente burlándose al costado del sillón de Rivadavia. ¡Pobre Rivadavia, los pesos que ha tenido que soportar!
Puede existir una red de tratas. Degenerados sobran y no alcanzan los adjetivos para esa sobra.
Puede desaparecer cualquier persona, no importa su cargo, su edad, su profesión o su nombre. Todo mafioso consigue un mago con nuevos trucos.
Pueden archivarse casos judiciales, hasta se pueden perder u olvidar. Tenemos personal de limpieza muy profesional y con buenas propinas.
Se puede inundar La Plata, quemar las Sierras Cordobesas y cortar la luz durante semanas. Nuestro fuerte no es la prevención, no podemos ser fuertes en todo.
Se puede morir de hambre Néstor en el Chaco. Los responsables son personas con un Smartphone difícil de importar que no tiene suficiente señal para comunicarse con el norte.
Se puede robar en la calle, en las casas, en los edificios, en los comercios. Somos un país solidario y lo que es de uno debería ser de todos.
Puede un anciano vivir de su jubilación. Hace falta un Máster en proyección financiera y administración de recursos básicos.
Se puede comprar y vender droga, de la “buena” y de la “barata”, por gramos o por kilos. Quizá todo es una fábula, no es tan peligrosa y a la droga le hicieron mala fama.
Parece todo creado por un George Orwell resucitado que escribe en sus noches mientras bebe un vermut.
Ay! Qué belleza eso de lo raramente normal!
Todo se puede. Incluso determinar que una muerte que moviliza al país es sólo una cuestión de carátula y no de fondo. Que seamos un país enfrentado por los que quieren “suicidio” y los que quieren “homicidio”, actuando como barras bravas del destino ajeno.
Todo se puede. Incluso leer un comunicado con pobreza gramatical de nuestra legítima Presidenta y publicada en una red social de escasa seriedad.
Todo se puede. Incluso desviar la atención de un atentado gravísimo de la historia nacional e internacional. Desmoralizar víctimas y encubrir culpables.
Todo se puede. Incluso pensar en la hegemonía de los intereses republicanos. Creer que el poder tiene límites, es previsible y manejable.
Todo se puede.
Hasta podemos creer que volveremos a olvidar y la amnesia colectiva nos dejará justo allí, en el mismo lugar donde alguna vez lo raro no fue tan normal.
miércoles, 24 de diciembre de 2014
En este 2014 permitimos:
·
Que un niño nos cambie el humor… o la vida.
·
Dejar ir a Robin porque ya lo queríamos
demasiado.
·
A Diego pelearse con Rocío.
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Perder contra el mejor para saber “qué se
siente” no serlo.
·
Ver panzas chatas que se inflaron de amor.
·
Entrar más narcos porque somos insaciables.
·
Oír los apellidos Salazar y Cirio refiriéndonos
a política.
·
A Diego amigarse con Rocío.
·
Sonreír aunque no nos estén filmando.
·
Que un balde de agua se convierta en marketing
efectivo.
·
A los grandes ser nuevamente chicos.
·
Que desaparezcan empresarios y aparezcan nietos.
·
Aplaudir a Lucha Aymar.
·
A Diego violentarse con Rocío.
·
Seguir al que viene corriendo.
·
Ayudar al que viene tropezando.
·
Dejar crímenes impunes porque la intriga es
nuestro género favorito.
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Que “Cien años de soledad” se quede sin dedicatoria.
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Cuidar a hijos de otros.
·
A la realidad convertirse en Relatos Salvajes.
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Palabras que lastimaron.
·
Palabras que sanaron.
·
A Diego demandar a Rocío.
·
La risa del corrupto.
·
La muerte del hambriento.
·
Adueñarnos de Francisco aunque no nos pertenezca.
·
Creer que la selfie estaba de moda hasta que
hizo una tu mamá.
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Bombas en La Franja y tiros en el barrio.
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Creer en la magia al ver aviones gigantes
desaparecer.
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A Diego ser perdonado por Rocío.
·
Que lo haga bien y que lo demás no importe.
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Largas noches para estar más despiertos.
·
No saber letras de canciones pero cantarlas más
alto.
·
Retroceder en el tiempo matando por color.
·
Dar hasta lo que no se pide.
·
La equivocación de Weather Channel.
·
Que Diego ame a Rocío.
·
Que los viernes ya no sean para salir y los
sábados sean para quedarse.
·
Al silencio ser aliado.
·
A la palabra convertirse en cuento.
·
Charlas que nos dejaron mudos.
·
Entregar el Nobel de la Paz a dos personas como
sinónimo de paz.
·
Perpetuar que "Lo último que se pierde es
la barriga, señor Esperanza".
Para el 2015, permitamos menos de lo que hiere.
Permitamos más de lo que encanta.
Permitamos entrar felicidad para poder contagiarla.
Felices Fiestas!!
Agus
martes, 16 de diciembre de 2014
Pendiente
Esta noche escribiría la historia de un personaje que no dormía. Le pondría un nombre derivado de la mitología griega y la situaría en las cunas europeas de la literatura. Viviría en una cabaña alejada de la ciudad, bebería vino en cada cena y café negro en cada despertar. Llevaría su labial rojo en cada viaje, una boina negra cubriendo sus largos cabellos y un pañuelo azul en su garganta. Reposaría en las plazas a imaginar los diálogos de cada caminante y hablaría con extraños creyéndolos cercanos. Sería adicta a las castañas y las nueces, fumaría habanos baratos y compraría libros usados en una vieja librería de Montmartre.
Su cama tendría sábanas blancas sin necesidad de lavar, en su ropero colgarían corbatas de su amante viajero y en los espejos escribiría notas de qué comprar. Cocinaría pastas caseras y calmaría la ansiedad con baños nocturnos. Sería hija de inmigrantes polacos y tendría dos hermanos calvos. Viviría al lado de un matrimonio de ancianos no cansados de amar. Sabría de astronomía y enseñaría francés. Coleccionaría monedas extranjeras y apilaría zapatos pasados de moda. Espiaría tras las puertas y pasaría horas en un bar conquistando infieles. Maquillaría sus ojos con sombras oscuras, resaltaría sus ojos verdes y olería a perfume primaveral. Mordería sus labios sin intención de seducir y dejaría caer lágrimas en la completa oscuridad.
Escribiría la historia de este personaje pero hace tiempo que no puedo escribir, ya es tarde y aún no he dormido.
miércoles, 19 de noviembre de 2014
Estimado Directorio de Aerolínea:
Me honra informar sobre la carga
que lleva mi valija. Admito la desprolijidad de la presentación, la he comprado
en mi primer viaje a París y luego de recorrer Europa ha sido ultrajada por los
recuerdos y rozada por más de cien manos extranjeras. El paso se ha balanceado
por los cambios climáticos de mi estadía que me hicieron deshacerme de la
campera polar y comprar nuevas polleras con menos densidad.
El sol de Barcelona ha convenido
en desistir del gorro de lana y, como notarán, mis bronceadores y lonas de
playas yacen en los rincones junto a mi ropa interior. En los bolsillos
internos, el maquillaje se ha gastado de tanto saludo por las calles de Madrid
y de tanta noche en los callejones de Roma. El rouge ha perdido la tapa
despojándose de la prisión donde se liberaron los besos que, apasionados y
efímeros, me obsequió aquel francés.
Lamento que se encuentren con las
sandalias aún mojadas por el Mediterráneo y el par de medias que no alcancé a
lavar en mi última noche de Berlín. En el bolsillo del medio he guardado mis
anteojos - aclaro su existencia aunque se han roto al resbalar en las calles
húmedas de Londres. Notarán que en el bolsillo más pequeño se esconde un anillo
de piedras griegas junto a una bolsita de arena que me ha regalado el coleccionista
noruego al que le compré un reloj. A su consideración, me ha dicho que no
derrame la arena porque es símbolo de dolor.
Prefiero que no teman al
encontrar en la parte más honda, la foto ensangrentada cubierta por mi camisa
blanca. Me cortado un dedo en una degustación de quesos en Ginebra. Aprovecho
para sugerir que vuelvan a empaquetar el vino que ha nacido en las tierras
vinícolas de Toscana, pues me ha costado una fortuna que ni en América podría
volver a pagar. Verán sobre el costado derecho que mis polleras largas han
bailado flamenco y acariciado veredas de Mónaco, pues me he sentado a descansar
del sudor primaveral.
Si buscan más profundo sobre el
lado izquierdo de la valija hallarán un pañuelo masculino, podrán olerlo o
confiar en mis palabras, pues me he enamorado del mismo escocés durante tres
días y pequé de hurto mientras él dormía. Seguramente sobre el pañuelo podrán
visualizar tres pantalones de jean rotos en sus rodillas, no se asusten, me han
dicho que están de moda en las calles de Milán. En uno de sus bolsillos hay dos
botones que se me desprendieron al bailar polca en un festival de Praga donde
dos belgas me invitaron una copa y amanecí en Viena pero sin los belgas.
El par de calcetines y los seis
corpiños que invaden la parte superior han viajado todo el tramo recorrido en
tantos meses, aunque no recuerdo si allí está el corpiño negro que vestí una
noche de lluvia sobre la costa azul de Marsella. Sí estoy segura que el único
perfume que hallarán está casi vacío ya que la fragancia simpatizó con el aire
fresco de Copenhague.
Cobijados entre remeras de
algodón viajan tres de mis libros favoritos. Uno de Agatha Christie que leí
durante el largo e intenso paseo en tren hacia Londres. El del medio es “1984”,
un emblema literario que me lo han querido robar en un bar ruso. El último es
“Orgullo y prejuicio” de Austen, un libro que llevo en cada viaje por si olvido
quién soy.
Les informo, estimados, que de lo
demás, me he desecho para no cargar con una vuelta cansada. Y les ruego amablemente:
si encuentran un cuaderno beige escrito con tinta negra, envíenlo a la
dirección de la última hoja. Me han dicho que allí vive aquel señor que me
ahogó en el Rin.
martes, 11 de noviembre de 2014
Despreocupada bicicleta
Cuando comenzaba a andar no importaba el charco que la mojaba o los pozos que cruzaba. Las ruedas eran invencibles y hasta he llegado a volar. No importaba cuán lejos estaba de casa ni si alguien iba más ligero. Si se salía la cadena todos frenaban para ayudarme, las manos se vestían de grasa y los pantalones dejaban rastro de que ya nada era igual. Si la bocina no funcionaba, gritaba, y si los frenos perdían el control, el pie lo resolvía. Siempre tenía que llevar a alguien, en caso de no caber, el manubrio se convertía en un asiento. Cuando me sentía agitada, subía los piernas, las estiraba hacia el costado y me dejaba llevar. Los pedales solían ser resbalosos, caía, las rodillas sangraban y se curaban solas a los días. Cuando se rallaban sus caños azules, era como un puñal directo al pecho, pero se resolvía al instante con alguna calcomanía. Jamás se cansaba, ni se agotaba su motor. Todo dependía de la fuerza de mis pies pequeños y mis zapatillas siempre atadas con desprolijidad.
Qué bellas esas preocupaciones que no necesitaron que seas adulto. O aquellas que jamás te quitaron el sueño. Bello sería que toda preocupación tenga un poco de aquella bicicleta.
miércoles, 1 de octubre de 2014
Tic - Tac
El tiempo es lo más
parecido a lo exacto. No se modifica. No es impostor ni infiel, no engaña ni
miente, es excéntrico y egoísta, es dinámico y conciso. El tiempo es dueño de
todo y es propiedad de nadie. Para él no existen las pausas, no le interesan las
opiniones. El tiempo es incorruptible y deliciosamente poderoso.
Los seres humanos
somos capaces de sembrar árboles o crear bombas atómicas pero no de
alterar el tiempo. Podemos
creer que lo engañamos, él puede frente a los que se creen omnipresentes e
intentan seducirlo.
Por un instante creemos
que “Medianoche en París” es posible,
que viajamos para charlar con Fitzgerald o para beber una copa con Dalí. Hasta
podemos sentir que Stephen King puede impedir la muerte de Kennedy en “22-11-63” y transformar la Historia
Universal. Sólo por un instante.
Luego volvemos a lo
que somos, a esa piel ultrajada por los años, artísticamente esculpida por la
naturaleza, dueña de los recuerdos, de los dolores y placeres.
Wells escribe en la “Máquina del tiempo”: “Usted no puede moverse de ninguna manera
en el Tiempo, no puede huir del momento presente”. Huir, jamás. Sólo la
imaginación, sólo el despojo de la realidad, sólo el paralelismo de lo que
vivimos nos puede desviar del ahora. Y la imaginación puede aparentar ilimitada
pero alguna vez toca fondo. Despertamos, despertamos de lo que no somos ni
fuimos, y desayunamos con lo que tenemos y podemos.
El tiempo es, y no
literalmente, sinónimo de nostalgia. Es un tango glorioso que honra aquello que
no vuelve sino en forma de sabores, olores, imágenes o sonidos. Es un fruto
encantador y travieso. Y la nostalgia es un poco de lo que la mente se ha olvidado
de borrar.
“Todo tiempo pasado fue mejor” dictamina una frase, segura de sí misma
y afirmando una cierta empatía con aquello que ya no existe. Pues, sin
dramatismo, cada día que vivimos nos alejamos más de haber nacido que de morir.
Y qué mágicamente estremecedor
es notar cómo se acumulan los recuerdos y se despachan los mañanas. ¿Acaso no
es el tiempo una simple acumulación de vida?
Podemos acordar y
pausar todos los relojes del mundo. Jamás podremos impedir que el día se haga
noche. En definitiva, el tiempo no pasa, nosotros atravesamos el tiempo.
Y él, despreocupado,
nos mira de reojo, porque aún nadie lo ha logrado hipnotizar.
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