Soy la misma del espejo, soy la
otra.
Soy mi desgracia y mi pena,
mi propia canción y arraigado
poema.
Soy el hielo que duerme en esta
cama y
la ceniza que duerme en otras, mi
propia imprudencia
y mi sostenido grito.
Soy la princesa que ha perdido su
zapato y el verso de un soneto.
Soy hábito y sorpresa, pobre de
resistencia, mi propia fragilidad.
La desgracia que me sofoca y el
júbilo que me empalaga,
la dueña de mi tristeza justa, mi
desolación nocturna, mi pesar coherente.
Soy mi propia lógica y mi caudal
de locura.
Es que no puedo ser otra. Quizá
soy otra mientras ésta no se encuentra.
Soy mi propia pérdida, lo que
debo, lo que he dejado atrás, soy el tiempo que me queda.
Soy calles de tierra rodeadas de
pastizal y
también soy luces pequeñas de una
ciudad infinita.
Soy testigo, culpable y víctima.
Soy un poco del hombre que me descubrió, soy de aquel que erizó mi piel.
Soy personaje de Austen, párrafo
de Borges, crimen de Christie y un cuento de Hemingway.
A veces soy amaneceres de un
domingo. Algo de pensamiento, algo de vacío.
Soy la que yace, la que espera.
Soy amargura y lujuria. La que deja, la dejada.
Un poco de mí misma, un poco de
otros.
Soy mi injusticia y mis reglas.
Mi propio juego, soy Reina y Peón.
Soy Londres por las noches, New
York en madrugadas, París por las tardes, soy atardecer de montañas.
Soy lo que otros piensan, soy lo
que otros ven. Mi propia mentira, mi elocuencia, mi desahogo.
Mi propia leyenda y algo de
desilusión, la tormenta que invade mis calmas y una infinita imaginación.
Soy mi propio enfado y la
discreción de mis delirios.
Mientras vivo, soy.
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