En la invasión de valentía crece
la franqueza de las palabras. Que las palabras no son siempre realidades ni las
realidades son siempre verdades.
Habrá condescendencia que te hará
más débil que al inseguro y más cobarde que al callado. Porque habrá juicios
que perderás al ser juzgado y juicios que perderás al juzgar. Pasarás de juez a
culpable y luego de víctima a victimario. Que las reglas no siempre serán
cristalinas y cambiarán en tempestades.
Podrás increpar en la diferencia
y proclamarte sano en lo que piensas. Que lo que pasa por tu mente nadie lo
sabe y que la imaginación sobrará en lo inconcluso y en lo escondido.
La vida te empujará hacia la
constante aprobación. Pues te han enseñado desde niño que existe otro que
mirará lo que hagas, que oirá lo que digas, que leerá lo que escribas. Que todo
eso, fuera de vos mismo, ya no te pertenece.
El otro se adueñará de lo que ya
expresaste, y allí tendrá su forma de pensarlo, analizarlo, estrujarlo,
romperlo, enaltecerlo o modificarlo.
Serás sirviente de la constante
balanza ajena, de miradas fortuitas y morales dispares. Que lamentarás haber
callado o haberlo dicho.
Lo difícil será consensuar con
vos mismo.
Y te enfrentarás a tu propio
reflejo, a un espejo que, a veces, dolerá por exceso de transparencia. Verás
quien eres y qué esperas, volverás a confundirte y la oscuridad del espejo te
pondrá a prueba. Volverás a verte. Y perderte.
Te condenará la mentira y te
expondrá lo oculto. Serás misterio para el que no pretenda resolverte, serás
intriga para el que te deje pendiente.
Frente a los flagelos y
distancias, frente a los límites impuestos, frente a las asperezas y
suavidades, frente a la ignorancia y la sabiduría. Allí, frente al difícil
olvido y la incipiente culpa. Allí, te juzgarás a vos mismo, tus propias
verdades erizarán tu mente, tus propios actos resolverán tus juicios.
No será en vano el esmero, ni
serás invisible para el otro. Habrá una aprobación o un rechazo. Que el
auténtico también esconde, que el pensante también dice, que el locuaz también
oculta.
Pronúnciate ajeno, a veces no te
perteneces.
Seremos mucho de lo que somos
para el otro. Para uno mismo siempre seremos poco, nada o todo.
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