Cuidar a los niños es protegerlos
del presente, no del futuro. La niñez es la muestra más sencilla y transparente
de la inocencia con la que pensamos el mundo. Cuando somos niños tenemos todo
por descubrir. Nos sentimos útiles y poderosos.
Allí, las casitas y las muñecas
son familia. Allí, empujar un camión es recorrer largas rutas. Allí, un papel
blanco es un gran lienzo. Allí, los animales hablan. Allí, un plato de comida
es felicidad. Allí, una toalla en la espalda nos alcanza para ser héroes.
La cercanía con los niños nos
enseña mucho de lo que ya olvidamos. Aprendemos a ver el mundo desde abajo, con
una mirada que se deja sorprender, con oídos dispuestos a escuchar algo
distinto. En la niñez los escondites son señal de aventura y no de soledad. Para
el niño, el orgullo es atarse solo los cordones y las sonrisas son efectos de
haberlo logrado. Cuando somos niños la música se crea con una lata. Allí, la
imaginación no necesita de psicólogos, sólo de soñadores.
Estar cerca de los niños es estar
cerca de la esperanza porque todo está por venir. Ellos son guionistas creando
diálogos con osos de peluche. Para ellos, nuestros brazos son refugios y el
cielo es alcanzable. Los niños no son conscientes de la esclavitud, para ellos
una bicicleta es libertad. Cuando somos niños la comodidad es un piso donde
sentarse, la gloria es un patio donde poder correr y perder es la oportunidad
de cambiar de juego.
Allí, las penitencias son un
llanto pasajero y la franqueza no se mide en palabras.
Proteger a los niños es
alimentarlos de un mundo alejado de la adultez vacía. Es enseñarles que el reto
no sugiere culpa, sólo exige aprendizaje. Es mostrarles que un dibujo animado
nos puede distraer del mundo. Proteger a los niños es enseñarles que un libro
no se rompe y que para hacer un trencito necesita de otros niños. Protegerlos
es bailar coreografías y sanar sus heridas con un soplo.
No se necesitan grandes acciones
para curar sus vacíos, sólo basta con un cuento. No se necesita regalarles
caramelos para ganar su cariño, sólo basta con darles “besos de verdad”. No se
necesita mayor inteligencia para explicarles dónde está Dios, sólo basta con
señalar corazones.
A veces necesitamos mirar hacia
atrás y vernos siendo niños. Quizá así logremos perder algunos miedos, nos
invitemos a descubrir nuevos juegos y nos dejemos sorprender por lo
desconocido. Quizá nos alimentemos un poco más de franquezas, tengamos mayores
esperanzas y veamos que en ellos no hay futuros adultos, hay un destino que
merece una oportunidad. Quizá nos veamos débiles y pequeños pero significantes.
Quizá logremos sentir las miles de manos que nos quieren alzar y nos
reconozcamos con una sonrisa frente al espejo. Quizá valoremos la sencillez y
no nos dejemos atrapar tanto por la realidad.
Tal vez necesitemos que ellos nos
protejan a nosotros, nos espanten los monstruos y nos exijan paz.
Quizá cuidar niños sea una
hermosa forma de cuidarnos. Quizá son ellos quienes nos podrán sanar de algo,
de mucho, de todo.
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