La seguridad no se
negocia, no se ruega, no se discute. La seguridad es el único arma que el
pueblo tiene frente a los mal educados, los mal aprendidos, los indiferentes,
los despreocupados por el otro.
Los políticos no vieron a sus hijos correr motos para
resguardar negocios y gente. Los que están del otro lado no tenían a sus hijas
gritando en medio de la calle. Los problemas hasta que no se hacen propios
parecen no interesar.
Los juegos de llamados, tweets, responsabilidades y otras no
entran en la batalla. La batalla está en los empleados de supermercados que se
vieron invadidos por grupos intratables. La batalla está en las ambulancias que
no frenan sus servicios. La batalla está en los dueños de negocios que lo
laburan con esmero. La batalla está en el estudiante que salió a la calle para
cuidar lo propio y lo de otro. Lo demás son batallas perdidas.
Quién se lleva lo de otro es delincuente. No hay hambre. El
carenciado es otro, el carenciado tiene una mirada pura que pide ayuda. Anoche
hubo otro tipo de miradas. Las motos que anoche iban por las calles no eran de
pobres con hambre. Son los mismos que roban, matan y asustan todos los días. Y
lo peor es no saber dónde se genera y concentra el problema. Tenemos una gran
parte de nuestra sociedad mal educada y cómoda que jamás nos entenderá, porque
no les interesa entendernos.
El terror en una ciudad desprotegida aumenta la necesidad de
preguntarnos: ¿Qué mierda piensa esta gente que gobierna? ¿en quién piensa? ¿y
la nos debe proteger?
A la madrugada se discutía sobre medios mientras desde mi
balcón veía pibes de 25 años correr motos.
No tenemos límites. No nos permitimos un país serio. Y creo
que no podríamos serlo.
El Gobierno Nacional culpa al Provincial. El Provincial
culpa al Nacional. La policía reclama dejándonos solos.
Y mientras tanto, ya amaneció... acá estamos los de
siempre... nosotros, los que nos levantamos temprano porque hay que trabajar.
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