Si comienzo a sacar la cuenta con quién he pasado más horas
en mi vida, creo que mi hermana es la respuesta. Nuestra diferencia de edad no
es tanta, compartimos la misma habitación durante 16 años, vivimos juntas en un
departamento durante 8 años, salimos a bailar juntas, viajamos juntas,
compartimos amistades y horas de estudio. Compartimos la panza de mamá. Qué
más?
Ceci siempre fue el “chocolatito negro” de la Abuela Chicha,
(yo era su chocolatito blanco), introvertida, más callada pero con las palabras
justas, protectora y sensible. Ceci jamás dejó mis camperas colgadas en la
silla ni los vasos sucios, ordenaba mis placares y me planchaba la ropa.
Nuestro código era simple: yo cocinaba desordenadamente y ella lavaba
prolijamente.
Cuando Ceci se casó, me abandonó. Uy, cómo pasa la vida!
(pensamiento de todos), mi pensamiento inmediato fue: “¿y ahora quién ordena mi
habitación?”. Ese día ella estaba tranquila (creo que porque así se toma la
vida) y yo estaba muy nerviosa (pero no importaba). Nos pusimos bellas para el
acontecimiento. Mi hermana mayor se casaba con el hombre de su vida.
Tiempo después, me fue a buscar para contarme que estaba
embarazada. Yo no caía. Creo que comencé a caer cuando me dijeron que era una
nena y de repente me imaginé todo lo que podía compartir con una sobrinita. Al
sentirla patear por primera vez (a Fran, no a Ceci), caí del todo. Mi hermana,
la hija mayor de papá y mamá, nos estaba haciendo un regalo sencillo y real: un
aire de amor.
Nos juntamos con amigas y le dimos de comer muchos
chocolates para que la beba se moviera. Le hablamos de todo lo que le íbamos a
enseñar sobre los hombres (y el padre asintió).
El martes, como si el destino me hubiese susurrado, decidí
ir a verla un ratito, y cuando llegué, le dije con poca sutileza: “vas a
explotar!”. Acostadas en la cama grande, le llevé algo para que comiera,
comenzó con un pequeño dolor y muy tranquila me dijo: “Contemos!” y yo dije:
“trágame tierra!”. Cada cinco minutos, una contracción, el mensaje de la
naturaleza era claro. Llegó el padre de la niña y me retiré.
Hace dos días nació Fran, algo que todos saben.
Pero para mí también pasó algo más. Hace dos días, Ceci es
mamá.
Mi hermana, que es capaz de no filtrar sus retos, de ponerme
en la línea reflexiva, de invitarme a comer y cuando llego a su casa cocino yo,
de atenderme el teléfono por cada tema legal que me pueda atormentar. Esa, la
misma.
Y desde que Fran está con nosotros no logro dejar de pensar
en cuánto se extraña una bendición de paz de la abuela Ida y una cascada de
dulce de leche de la abuela Chicha. Dios! Fran zafó de ser comida a besos por
ellas!!
Pero creo que se conforma con haber conocido al Bata a los
15 minutos de haber venido al mundo. Para no perder su estilo, el Bata se
acercó y gritó: “Pero esa nena tiene un mes ya!”. Y del otro lado del teléfono
estaba el Chivo, emocionado y expectante por su primera bisnieta. Creo que
Francisca, en algún momento de su vida, va a sentir ese privilegio que pocos
tuvimos con bisabuelos.
Mis padres, bueno, lloraban como si a un niño le sacás el
chupetín. Es maravilloso verlos ser abuelos porque no la van a malcriar, la van
a criar como una reina.
Y así, mi hermana es mamá. Espero que Fran sea desordenada,
porque a Ceci le va a encantar ordenar su desorden, le va a planchar con más
amor de lo que lo hacía conmigo, le va a cocinar cosas sin gusto, la va a
llenar de besos como siempre quiso hacerlo conmigo pero con más facilidad, la
va a proteger y a retar con la mayor fuerza que pueda tener, la del amor.
Yo no sé qué les pasa a ustedes en situaciones similares. A
mí me dio un aire increíble de felicidad. Un momento en el que uno mira a un
costado su realidad, se aparta, no proyecta demasiado y se queda ahí, unos
instantes, para darse cuenta, simplemente, que por un momento se paraliza el
mundo y hay algo que nos da más vida.
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