Desprovista de desprecios, fluye en su mente una desilusión
constante. Largas pausas, inquietantes pensamientos. El límite que traspasa lo
que puede, que arremete lo que quiere. Hielos derretidos que la envenenan de
aquello que no ha sido, la arrincona y, suavemente, la absorbe.
Grita. El espanto la silencia.
La desesperación jala entre sus ojos en forma de lágrima, la
convierte en debilidad y de repente, vuelve a gritar.
A lo lejos, un velero anuncia un nuevo paisaje y el
horizonte se dibuja oscuro. Las olas sólo se oyen, hay entre sus manos un sudor
ardiente que se amiga con el viento. Hay en sus labios sed de calma.
Frágil. Se derriten sus misterios.
Ya es de noche. Sentada sobre arena blanca, espera. Espera
en sus íntimos encuentros, espera en sus repetidas ilusiones. Sus dedos trazan
mensajes en el aire, en sus suspiros se estremece su sueño. No duerme.
El velero se acerca. Inquieta se descubre sobre sus piernas,
el amanecer ya ha esperado demasiado. Corre. Sus pies ya están mojados y agitados se funden con el mar. Vuelve a suspirar.
Aquel velero ha cruzado un furioso mar y jamás ha dudado.
Navega. Sonríe. Sus pies ya se han secado.
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