Con Francisca jugamos a las
escondidas cada vez que nos vemos. Su ansiedad y entusiasmo me contagian la
increíble necesidad de jugar.
Al preguntar quién cuenta primero, siempre elige
ser ella. Se pone contra la pared y se transforma en una espía profesional
mientras yo busco un lugar incómodo para ocultarme. Cuenta claramente hasta
diez y sale a buscarme mientras grita: “Tía Agus”. Aguardo con rotundo silencio
impidiendo que la risa me delate. Cuando está cerca comienzo a hacer ruidos para
facilitar el desenlace y logro sorprenderla para que estalle de nervios y
risas. Inmediatamente dice: “Fran, Fran”, me saca de donde estoy y se “esconde”
en el mismo lugar elegido por mí. Voy hacia la pared a contar hasta diez y
grito con esmero “¡Salgo!”. Comienzo a
buscarla y a los segundos pregunto en voz alta dónde estará Fran. Y ella, sin
dudar un segundo, grita “Acá” y aclama ser descubierta.
¡Vaya magia la de la inocencia
del niño!
Para jugar no necesita entender todas las
reglas, se ríe del contrincante y le grita “piedra libre” a la
astucia adulta.
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