Ignacio sufre una enfermedad
diagnosticada como el “mal de la chinche verde”. Hace doce años que separa la
lechuga del tomate en los asados y ha regalado el helecho que tanto cuidaba en
su balcón. Dejó de tomar mate una mañana fría de Julio, compra zanahorias y
calabazas por sobre cualquier otra verdura, no entiende a quienes comen palta y
no soporta el olor del perejil. A la novia de Ignacio le ha desaparecido una
campera verde musgo y a su madre la ha demandado por excesivo uso de orégano en
la salsa bolognesa. El mayor brote de la enfermedad lo ha demostrado hace
cuatro años cuando en su taza de café con leche se posó una chinche verde.
Cuentan los testigos que luchó contra la chinche con vehemencia y bronca hasta
que logró arrojarla por la ventana.
Ignacio lleva ocho años sin
hablar con su tío Hugo, un campesino que pasa sus días entre tractores y soja. Los
médicos han detectado nuevos síntomas en otros pacientes y el caso de estudio
ha sido publicado por los diarios más importantes del mundo. Sin embargo,
Ignacio no ha respondido ningún comentario ya que no acepta su enfermedad. Cuando
su mejor amigo le propuso hacerse tratar, le lanzó un puñado de acelga por la cabeza
y luego se la hizo tirar.
El “mal de la chinche verde” es
considerado un hecho histórico en el país y en últimas declaraciones, uno de
los especialistas afirmó: “Esta es una enfermedad de alto índice de contagio y
peligrosa para las próximas generaciones. Su mayor amenaza reside en la
intolerancia”.
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